16 de julio de 2015 - Novedades de Viajes & Vinos
En esta edición:
SABOR - Degusta Bierzo
CERVEZA - Estrella Galicia
PROTAGONISTAS - Vinos del Bierzo
RON - Aniversario de Serralles
VINOS - Notas de cata de mas de 60 vinos
TRENDS - Vermut
ESTRENOS - Matarromera en Rioja
CORCHO - Amorim
BODEGAS - Justin
PERSONAJES - Grupo Rodriguez Sanzo
Y además… Patrimonios vinicolas, Catas de aceite de oliva, Estrenos de vino, Nuevos territorios para Marques de Grinon, Lo nuevo de Alvaro Palacios y Serralles, Nuevos cocteles World Class y mas...
En la cima del castro romano en Valtuille se divisan 360 grados de auténtico Bierzo. A vuelta redonda, marcando direcciones como las manecillas del reloj, se admira el valle circundante y se definen con precisión las fronteras de la olla de vinos que se cocina en el Bierzo.
En ese yacimiento arqueológico marcado hoy por muros de piedra protegiendo arcillas por las que germinan raíces de vides, plantaron los romanos un centro administrativo para gestionar el oro minero de Las Médulas que hoy tiene una nueva riqueza, la de las viejas cepas de vid de las que se exprimen discretamente algunos de los vinos más refinadamente estructurados del panorama en tinto y blanco del vino español.
Genuinos como la tierra y sus gentes, de perfume rotundo como las flores más aromáticas, hoy los vinos del Bierzo siguen siendo tesoros escondidos como aquel oro que buscaban los romanos, y que cada día pulen aún más su lustre, elevando su calidad y afinando su carácter.
Desde el castro se divisa de manera cristalina una circunferencia de episodios del terroir berciano, con sus vetustas mencías y sus rebosantes godellos, sus tejados de pizarra plomiza y el contraste níveo de las cumbres nevadas que delimitan el encuadre del territorio.
Al este de Valtuille, antaño un valle de vid y olivos, val d’huile, Pieros y, un poco más allá, Cacabelos, atravesada por el río Cúa y el Camino de Santiago, con un pequeño casco comercial desde donde casi al rayar el alba emana un aroma a pan recién horneado como GPS inequívoco del estreno del día, cuando el pueblo comienza a cobrar vida entregando mercancías o saludándose desde los balcones para empezar a contar el mundo a través de una copa de vino.
Al este de Cacabelos y un poco al sur, Ponferrada, el Bierzo Alto, con castillos medievales, un centro histórico cuidado y una tradición minera, un territorio más fresco, con algunas zonas de viña donde las uvas maduran más tarde.
En ese círculo berciano, al suroeste de Ponferrada y al sur de Valtuille, Parandones, con abundancia de cepas viejas, testigos de siglos de silenciosa historia que pinta de sabiduría al Bierzo, patrimonio singular que hace única a la región.
Continuando la circunferencia, al este de Paradones y al suroeste del punto de partida, Corullón, donde empiezan a aparecer con mayor nitidez los suelos de pizarras y una altitud que permite divisar la pendiente del valle.
Y 45 grados al este de Corullón y en línea norte con el castro, Villafranca, un asentamiento eclesiástico y feudal, con una puerta del perdón y su arquitectura señorial y monumental, atravesada por el Camino de Santiago y el río Burbia, que baña de esencia castellana las calles, un Castillo de viñas escondidas, y los antiquísimos edificios de ladrillo y piedra en muchos de los cuales vive el vino en reposo y la historia del Bierzo se escribe sobre pizarra con tinta de nieve y mencías.
Iluminando ese círculo de pueblos de viñas y gentes de botellas, un espíritu auténtico de colaboración que va eslabonando personajes que de niños jugaron con muñecas y cochecitos, y, por jugar al esconder, se escondieron por entre las cepas viejas y las barricas de los proyectos de familia, decidiendo, ya de grandes, jugar a hacer vino. Juntos, en el gran vecindario del Bierzo.
Así nació Autóctona del Bierzo, un proyecto gestado de la ilusión de un grupo de amigos que eslabonan quince bodegas con espíritu de familia, convencidos de que en los tiempos que corren, la unidad hace la fuerza y contribuye a la eficiencia.
Son genuinos. Como las cepas ancestrales que exprimen para muchas de sus botellas en tinto, rosado y blanco, con una amistad que precede a su dedicación profesional al mundo del vino, y que sazona con autenticidad una vocación enológica que muestra al mundo una nueva generación de vitivinicultores que convierte al Bierzo en una región con alma.
Con depurada estrategia y complementando los esfuerzos del Consejo Regulador de la DO Bierzo, Autóctona del Bierzo ha desarrollado una campaña de educación, comunicación y promoción sobre su trabajo y su región, con conversatorios en la web en los que los bodegueros han ido hablando, primero, sobre el territorio berciano y diversos aspectos como el terroir, las uvas y la geografía, y, luego, sobre cómo es el tránsito de la viña a la bodega, relatando todo lo que sucede en ésta desde el momento en que arriban las uvas recién vendimiadas y el punto en que los vinos están listos para irse a recorrer el mundo. Una imagen real, fresca y coherente que permite al público en general acceder a una plataforma para conocer al Bierzo y a sus gentes tal cual son, auténticos, a través de preceptos y mensajes como que el vino es cultura, que el Bierzo es el lugar en que la uva mencía alcanza su maxima expresión, que en el Bierzo es posible hallar un turismo personal y no de masas, que el valor del Bierzo es saber ser distinto y original, y que el compañerismo y la unidad son menester cuando se trata de defender regiones que son pequeñas en extensión.
Transcurrido un lustro desde la última panorámica colectiva sobre la denominación de origen, Divinidades regresa al Bierzo de la mano de Autóctona, para conocer en profundidad su nuevo lustre, un nuevo conjunto de bodegas, sus timoneles, su filosofía, sus vinos y la evolución y madurez adquirida por algunos de aquellos Bierzo Boys en estos últimos cinco años. Una circunferencia que se ensancha y que ensancha el nivel y el impacto colectivo de los grandes, mágicos y emocionantes vinos que se elaboran en el Bierzo.
Por ubicación geográfica, el Bierzo es una especie de “jamón del sandwich” entre Asturias, Galicia y Castilla-León. Es decir, que está en el medio de las tres comunidades autónomas de las que absorbe una conjunción de cualidades muy propicias para el cultivo de la vid.
A esta comarca de transición atravesada por el Camino de Santiago la conforman un conjunto de pequeños valles en la zona montañosa y una amplia llanura que, en su zona más baja, recuerda una olla. Esto marca varios aspectos importantes.
El primero, que como resultado de la constitución topográfica se producirán vinos de montaña y otros de valle, con contrastes entre su parte más baja y la superior. Los suelos, arcillosos en su mayoría, en la parte superior son más arenosos, lo que influye en los niveles de humedad y drenaje dependiendo de en qué punto se hallen las vides, que en la montaña, germinan a veces desde la pizarra.
El segundo, que con altitudes entre 450 y 1000 metros sobre el nivel del mar, las montañas que circundan el valle crean una especie de microclima continental de influencia atlántica, al proteger la región de la humedad y el frío que caracteriza a territorios aledaños. Este clima suave, benigno, más bien templado, regulado por cierta humedad y con largas horas de sol, es muy propicio para el cultivo y madurez de la vid.
El “Bierzo Alto” pulula más hacia el este, en la zona de Ponferrada, zona industrial y minera, mientras que el “Bierzo Bajo” es la tierra de las viñas, esparcida más a la zona nororiental. Por ahí se riega una nueva demencia de mencías, también de godellos y, ¿por qué no? de alguna garnacha tintorera, variedades que a fines de la década del 1990s empezaron a vestir un nuevo atuendo de vino, que pronto puso a la comarca en el panorama internacional por la habilidad de algunos hacedores de extraer de aquellas menospreciadas cepas una expresión reluciente que combinaba en perfecta sinergía la estructura con la finura, posicionando al terruño berciano como una zona capaz de producir vinos del mismo nivel de calidad, elegancia y personalidad de algunas de las comarcas más singulares de otras distinguidas zonas productoras del Viejo Mundo.
Sobre estas otras zonas productoras tiene el Bierzo la ventaja de trabajar con variedades de uva autóctonas de la región, como son la mencía y la godello, dos uvas constreñidas principalmente a la esquina nororiental de España, y poco extendidas fuera de esa zona de gravitación, lo que marca una identidad diferenciadora de los vinos de la región.
Aventajado también es el Bierzo por su legado de vides vetustas. Porcentualmente, la zona del mundo en que mayor proporción de cepas viejas hay por superficie plantada de vid. Como tesoros silentes se preservaron, precisamente porque la viticultura dejó de ser una actividad importante para toda una generación que prefirió dedicarse a otras actividades más rentables aunque quizás menos sensibles. Un caudal de cepas que hoy habría podido ser mayor de no haberse perdido una importante extensión de viñedo viejo cuando las parcelas dieron paso a polígonos industriales y obras de infraestructura.
Es tierra de mencías y godellos. La primera una cepa que genera vinos de intenso color frambuesa, aromas intensos a frutas, también delicados a flores, buenas dosis alcohólicas, acideces poco marcadas, una gran aptitud para expresar el terruño donde se cultiva y, que luego de mucho tiempo asociándose con una historia milenaria que la trajo por los rumbos del noroeste atlántico de la mano de romanos o monjes, más recientemente otros sitúan en épocas mucho más próximas como la filoxera, luego de la cual es que empiezan a aparecer documentadas referencias a la mencía, que se cree resultado de un cruce probablemente con garnacha.
Más vieja es la godello, de la que alegadamente sí hay referencias que datan del siglo XII. Uva con buena acidez, aromas frescos y cítricos, también de manzana, y ha mostrado una buena aptitud para envejecer. En Bierzo cubre una superficie de cultivo mucho menor que la mencía, y sus cepas viejas escasean pues al ser poco productiva se arrancó a favor de otras cepas más prolíficas, como la palomino, del que aún hay bastante en el Bierzo. Por eso algunas bodegas buscan y rebuscan godellos para multiplicar esta variedad que empieza a potenciarse como resultado de la cada vez mayor demanda del mercado por los vinos blancos.
En una rotonda en el centro de Cacabelos se yergue en piedra robusta una estatua al vendimiador, para el que la villa pide el respeto de todos. Pueblo pequeño, que para algo el Bierzo no es de distancias dramáticas, no lejos de la estatua está la ruta que lleva a Canedo, donde hay un palacio a tope donde reina Prada.
Dos veces alcalde de Cacabelos, la primera de ellas durante la transición en España, José Luis Prada empezó a estar a tope desde su adolescencia, cuando con sólo 15 años entró a laborar en la tienda de calzado de su padre, donde además de zapatos se vendían muchas cosas más. Empezó a viajar, a ver mundo, y a adquirir una visión cosmopolita, pero también a valorar su tierra, donde quería quedarse viviendo para extraerle todo su potencial.
“Mientras más ando por el mundo, más veo que hay que defender la tierra, pero viéndola en un contexto internacional”, le dijo Divinidades.
Uno de los ingredientes de esa superación fueron los productos agroalimentarios, de los que ya a fines de los sesenta él había empezado a hacer conservas para vender, que se hicieron muy populares entre los emigrantes que retornaban al Bierzo a ver a la familia. Buscando trasladar el sabor del pueblo por dondequiera que iba, creó para sus productos un logo, el de Prada a Tope, que convirtió en todo un símbolo de calidad.
Un visionario hecho a sí mismo, José Luis Prada compraba vino y lo envejecía para venderlo, hacía conservas de frutas y verduras, y sacaba a adelante la empresa, una que fue consecuencia de una actitud de vida que persigue lo auténtico y busca tener de todo, para subsistir con un abanico de cosas. Tenía entonces idénticas creencias a las de ahora: que el Bierzo es una tierra fértil con todos los condimentos del éxito, que hay que aprovechar.
Fue así como empezó a revalorizarse al Bierzo, gracias a Prada y a su vocación por lo auténtico, lo de raíces, y a apostar por las viñas que estaban ahí, ofreciendo una riqueza más perdurable a largo plazo que la de las minas, razón por la que él fue instrumental en el relanzamiento del Bierzo como comarca vitivinicultora. “No me considero más que visionario, tenía que subsistir con los medios que tuve a mi alcance. Lo importante es saber que hay que moverse porque el mundo no para”, afirmó quien cree que hay que saber apreciar las bondades de cada cosa y recorrió Londres en un Renault sicodélico para dar a conocer los productos de su tierra.
Cuando a mediados de la década del 1980 se creó el CRDO Bierzo, Prada decidió invertir en una bodega, convencido ya en 1987 que la mencía iba a convertirse en una uva “top”. Y para esa uva reina buscó un palacio, el de Canedo, que rodeó con un vistoso atuendo de viña ecológica y embelleció con un impresionantemente minucioso proceso de restauración para dotarlo de un aspecto auténtico y cautivador.
Es que Prada es tan auténtico como Autóctona. Genuino, espontáneo, hospitalario, familiar y original. Y si en algún lugar esas cualidades se retratan de forma diáfana es en el Palacio de Canedo, un monumento del siglo XVIII ubicado en Canedo, un pueblo a unos cinco kilómetros de Cacabelos, que en 1987 Prada adquirió en estado ruinoso y poco a poco lo resucitó a la plenitud de la vida ---como la que lleva él a sus 70 años con un hijo de nueve--- plantando viñedo y empezando la construcción de una bodega de piedra, madera y pizarra, con un artesonado que se expande por el hotel adyacente, replicando el artesonado de las Iglesia de San Francisco en Villafranca, y reproduce con minucia, palacios castellanos centenarios con una plétora de mobiliario antiguo de madera tallada y detalles milimétricamente históricos que pasan por cunas de madera en miniatura para pequeños principitos y hasta lavabos con excusados escondidos en sillas de trono. Más que un hotel, un pequeño pueblo en el que se ha realizado un impecable trabajo de restauración con espíritu castellano y señorial, pero también con refinamiento francés como dicta el estilo berciano, un viaje en el tiempo al siglo de oro, pero con todas las comodidades del siglo XXI, como un jacuzzi en una barrica.
Desde el nivel superior del Palacio, donde hay un gran comedor a la usanza castellana y una terraza corredor rodeando la estructura, se divisa parte de las viñas y un enorme árbol de botellas que funge casi de faro de la bodega. Son godellos y chardonnays que a medias se fusionan en el Xamprada, el espumoso de las botellas.
Las viñas, a la usanza de los châteaux. Circundando la bodega. Cuatro tipos de godello según la parcela, cada una de las cuales busca algo diferente, unas mineralidad, otras untuosidad, algo que se va apreciando según se asciende el viñedo y se aprecian las pizarras meteorizadas en lo más alto y en el horizonte que desciende los tonos de arcilla y algún pico nevado sobresaliendo en el paisaje.
Bierzo es una zona muy especial para la mencía por el equilibrio entre la humedad, la lluvia y la buena insolación para lograr la maduración. En Prada se pretende transformar la uva de diamante a brillante, tallándola y puliéndola para buscarle la redondez en cada etapa del proceso que la lleva de la cepa a la copa, encerrando el paisaje en las cubas y dejando que la uva, y no las modas, dicten el camino por el que debe de ir el vino.
En el mismo recinto del Palacio había un lagar antiguo en el que se elaboraban bastantes miles de litros en pellejo, como antes, porque el Señorío de Canedo ya tenía viña siglos atrás. Prada hizo una bodega, no sólo moderna sino pionera, a tope. Palacio de Canedo fue la primera en plantar en espaldera en el Bierzo. La primera en elaborar vinos de maceración carbónica, los primeros de la cosecha que se estrenan en el mercado cada noviembre. La primera en hacer espumosos método tradicional, su Xamprada, un ícono de la región, en tinto y en blanco. La primera en embotellar “limonada”, una bebida tradicional que surgió en la zona con la expulsion de los judíos y que es una especie de sangría que Prada puso en valor comercial embotellándola con todo y corcho. Incluso el uso de depósitos de acero inoxidable fue novedoso en su momento y el cultivo respetuoso al medio ambiente, libre de sustancias químicas y pesticidas y con compost elaborado de orujos y pimientos.
De todas esas botellas se encarga el enólogo José Manuel Ferreira, un ponferradino que llegó a Palacio de Canedo de prácticas en química y sin visos de entrar en el mundo del vino, pero del que no ha querido salir desde que le conoció desde dentro. Hoy la bodega tiende a depósitos de pequeños formatos para poder vinificar por parcela, así como una amplia colección de etiquetas que pasan por tintos y rosados de mencía con distintos grados de envejecimiento, blanco de godello, un espumoso rosado de mencía y godello, y otro blanco, ensamblaje de godello y curiosamente también chardonnay, en versiones extra-brut y demi-sec, así como un vino dulce, un aguardiente blanco y dos vermuts, esa bebida tan de moda que Palacio de Canedo ha transformado en Biermú, en versión tinta a partir de mencía y un cautivante y perfumado vermut blanco de godello.
Cónsono con ese compromiso con lo auténtico, en Palacio de Canedo hay también una producción de conservas artesanales, donde se preservan para el porvenir otros frutos autóctonos del Bierzo como las castañas, los higos, las cerezas o los pimientos, que se transforman en mermeladas y conservas como las de las peras al vino.
“Si me gusta a mí, le gusta a todos. Cualquier cosa que me lleve a vivencias de mi infancia me produce placer, eso le gusta a todo el mundo”, declara Prada, quien las recrea, adaptándolas al tiempo actual.
En la estrecha carretera que atraviesa el Bierzo desde Ponferrada a Villafranca, una flecha marca la entrada a Valtuille de Abajo, una pedanía de esta última en la que, además del antiguo castro romano, hay ocho bodegas y un puñado de habitantes, la mayoría de los cuales se dedica a la vid, al vino o a ambas cosas.
Hay también allí otra suerte de población, la de sus cepas viejas, muchísimo más numerosa y erguida, un tiempo recobrado que relata como libro abierto la historia de ese pequeño vecindario berciano y sus gentes.
Son casi como cañones. Materia prima potente con una savia resistente que les ha permitido perdurar en el tiempo, combatiendo adversidades y siendo testigos del devenir de las gentes del lugar a través de varias generaciones.
Todos por allí se conocen, y conocen a las cepas. Fueron terreno de juegos para muchos de ellos en su niñez, que algunos prolongaron de adultos, haciendo vino, y siempre con un auténtico sentido de familia, hospitalidad y colaboración.
Los de Castro Ventosa se precian de que ya en el siglo XVIII sus antepasados invitaban a un trozo de pan y una copa de vino. Allí anidan los Pérez, una familia que va por su décima generación dedicada a él.
La cara más visible de su novena es la de Raúl Pérez. Toda una celebridad de la enología en España que recorre la península y otros lugares del mundo haciendo vino, pero cuyo hogar enológico se encuentra en Castro Ventosa, la bodega familiar en Valtuille.
Los Pérez han sido viticultores de toda la vida y granelistas que vendían a la cooperativa del Bierzo. En el 1989 decidieron empezar a elaborar vino y con las buenas añadas del 1990 al 1992 crecieron, lo que les llevó en 1998 a hacer una nueva bodega, con la que se estrenaron en la elaboración de vinos con crianza en barrica. Una circunferencia de piedra donde hoy se producen anualmente unas 400 mil botellas, dominadas en un 75% por vino joven, el más demandado por el mercado local y el internacional por cuestión de precio.
Allí prácticamente toda la uva que de la que se surte la producción es propia y controlada, con cada parcela trabajándose por separado ya que se busca extraer partido a las orientaciones de los viñedos, divididos en zonas, a la mejor usanza borgoñona. Además de la mencía y la godello, en las viñas de Castro Ventosa hay también cultivadas chardonnay, pinot noir y gewürtztraminer, cepas que no se dan mal, pero tampoco con el nivel que lo hacen las dos primeras.
Pero lo que allí destaca son los godellos y las mencías, una visión en blanco y negro que se guía por una filosofía jerárquica que se dibuja por territorialidad de parcelas, tipo y tiempo de contacto con la madera, edad de las cepas, estilo de fermentación con racimos despalillados o sin despalillar, y una vocación de vinos atlánticos y frescos, cuyos frutos César Márquez Pérez, sobrino de Raúl, va mostrando en bodega con un interés que contrarresta su circunspección y aparente timidez de manera tal, que el tiempo parece congelarse mientras él dirige un recorrido por los depósitos y barricas en evolución.
En ellos varios tipos de blancos godellos, uno joven, de la cosecha 2014, perfumado a hinojo, y en boca fresco, salino y untuoso sin ser denso. Otros que han realizado fermentaciones en barrica y depósito, con matices que van de anisados, tostados y sutiles tostados, a tostados y ahumados más marcados, como los de la cosecha 2014, que tiene también notas de fósforo, siempre en la línea de lo sutil.
Por su parte, seis etiquetas resumen los mencías de la bodega ----Castro de Valtuille Joven, Castro de Valtuille, Valtuille La Cova de la Raposa, Valtuille Villegas, Valtuille El Rapolao y Valtuille Cepas Centenarias ---, que se visten de variedad frutal y terruño, uno para el que la mencía acostumbra ser un buen conductor, revelando puntos florales y minerales, como son las notas de grafito que acostumbran a manifestarse en copa.
Por su parte, seis etiquetas resumen los mencías de la bodega ----Castro de Valtuille Joven, Castro de Valtuille, Valtuille La Cova de la Raposa, Valtuille Villegas, Valtuille El Rapolao y Valtuille Cepas Centenarias ---, que se visten de variedad frutal y terruño, uno para el que la mencía acostumbra ser un buen conductor, revelando puntos florales y minerales, como son las notas de grafito que acostumbran a manifestarse en copa.
El proyecto Castro Ventosa no puede desligarse de la trilogía de bodegas que su enólogo maneja en el Bierzo, conformada por la bodega familiar, así como por Ultreia, donde realiza sus elaboraciones personales en tinto y blanco, como su tinto Ultreia St. Jacques y su blanco Ultreia La Claudina Godello, y La Vízcaína, un proyecto denominado por la gorra que acostumbra a vestir su padre, y que es una especie de extensión de la bodega familiar, donde Raúl Pérez realiza sus elaboraciones más arriesgadas y singulares, con parcelas bien delimitadas a la usanza de los crus, y cosas diferentes como vinos en las tan en boga ánforas de barro. Pocas parcelas con un cóctel de variedades como mencía, tempranillo, alicante bouschet, godello o palomino, de donde surgen varias etiquetas blancas, tintas y dulces, y apenas unas 16 mil botellas.
No lejos de La Vizcaína se encuentra Bodegas Peique. En una estructura funcional y sin adornos donde la comodidad del espacio es hilo conductor para el trabajo que realiza otra familia de Valtuille guiada por la experiencia de Jorge Peique, quien divide su tiempo entre este proyecto familiar de mencías y godellos y otro de tempranillos que tiene a su cargo en el corazón de la Ribera del Duero. Tiene el corazón partío entre el Bierzo y esta otra denominación de origen, porque su familia nunca se ha dedicado íntegramente a la elaboración de vino, por lo cual su proyecto de bodega tiene los pies bien puestos en la tierra.
Imposible no escuchar el run run de los depósitos en fermentación debajo de la casa, aunque viña y vino no fueran la principal actividad familiar. Por ello Jorge empezó en el vino jugando, como sus amigos de Autóctona del Bierzo, por las viñas, un divertimento que luego le capturó e hizo que se dedicara a él. En 1999 hizo su bodega el primer vino, que entonces elaboraron en Castro Ventosa, antes de que en 2001 construyeran una estructura propia para Bodegas Peique.
El proyecto es una bodega de tamaño medio, que anualmente produce unas 200 mil botellas que se rigen por el objetivo de potenciar los vinos tintos, jugar algo con rosados de mencía ---que en el Bierzo son de color más intenso y tienen un punto de dulzor---- y elaborar también blancos a partir de un 40% de viña propia. 70% de su producción se destina al mercado español y el restante va a mercados en Europa y las Américas.
En Valtuille de Abajo se cultiva la mejor mencía de la zona, ya que la mayoría de su viñedo esta en ladera y no hay zonas cercanas de regadío. La uva se vendimia manualmente y, debido a la proximidad de la bodega a la viña, pasa poco tiempo en contacto con el oxígeno, evitando posibles alteraciones y pérdidas de calidad durante el tiempo de transporte a la bodega.
Desde el mes de febrero empiezan a preparar la siguiente cosecha. La bodega produce varias etiquetas de mencías “jóvenes” hasta otras centenarias, así como un tinto de garnacha tintorera (alicane bouschet), una uva menospreciada por muchos pero de la que cada vez se están elaborando tintos más sorpendentes. Jóvenes, porque lo que para otras regiones son apenas un par de años en el Bierzo se define incluso con cepas con un par de décadas a cuestas. En la actualidad Peique posee unas 40 hectáreas de viñedo con cepas de una edad promedio de 60 años.
Bodegas Peique ---que tienen la intención de recuperar elaboraciones en barricas de castaño, como se estilaba en las elaboraciones tradicionales---- contempla en un futuro no distante, producir también vinos de parcelas únicas y piensa que la tendencia en el Bierzo, donde el viñedo se rige por minifundios como en Galicia, será de buscar vinos con más estructura.
Cañones de juventud y estructura son también los mencías jóvenes de Vinos de Valtuille. Los abuelos de Marcos y Elena García Alba ya atendían las viñas y Marcos también las trabajaba y vendía sus uvas a la cooperativa. Como el gasto en mano de obra no compensaba lo que pagaban por la uva, determinaron dedicarse en exclusiva a la viticultura para luego vinificar las uvas y elaborar vinos de ellas.
De su amigo Raúl Pérez, Marcos aprendió secretos de elaboración de vino para echar adelante una bodega pequeña que se fundó en 1999 y en el 2000 elaboró vino por primera vez en plano profesional. Contrario a Castro Ventosa y a Peique, en Vinos de Valtuille sólo se elaboran tintos, íntegramente mencías de viñas propias de unos 80 años y de parcelas ajenas controladas por ellos. Bajos rendimientos por cepa que apenas suman unos 50 mil litros en total.
En la bodega buscan extracción y frescura, para contrarrestar la tendencia a reducción de las mencías. Para ellos maceraciones y dos prolongados remontados al día en vendimia, lo que aún así redunda en vinos muy potentes, verdaderos cañones que si en su “juventud” son vinos para copeo, son tan estructurados que otros lo acompañarían de un buen chuletón.
De ese panorama surgen varias etiquetas entre ellas, un joven, los Pago de Valdoneje y el Cabanelas, la etiqueta top.
Entre Valtuille y el pueblo de Cacabelos, antes de llegar a la frontera del río Cúa y en pleno Camino de Santiago que los peregrinos transitan cargados de secretos en sus mochilas y una sed por descubrir los misterios más sabrosos de esa ruta, a lado y lado de ella hay otro camino, el de nuevas y viejas vides que casi se abrazan frente a frente, extendiendo su afán a otras auténticas y autóctonas de sentir el Bierzo.
Una de las paradas de Autóctona en esa ruta de vinos es la de una de las pioneras del nuevo Bierzo, Bodegas Luna Beberide, fundada en 1986 con unos cimientos puestos en una histórica y señorial casa familiar de Villafranca del Bierzo que, a medida que creció, trasladó a su estructura actual en Cacabelos, un vecindario entre 450 y 900 metros de altitud, por donde se desparraman sus viñas, una colección de mencías, algunas cepas muy viejas, cabernet sauvignon, merlot, godellos, chardonnay o gewurtztraminer, y un jardín de viña experimental adyacente a la estructura principal, donde se ha estudiado la aclimatación de cepas como la cabernet franc, la pinot noir, o la albariño al terreno berciano. La filosofía de la bodega descansa en la producción de calidad de manera respetuosa con la tierra y el ambiente, y en un pentágono de etiquetas adscritas a la DO Bierzo que van de un blanco godello LB y un afrutado, fácil y fresco mencía joven MM, a tres tintos con más enjundia conforme su envejecimiento en barrica francesa: Finca La Cuesta, Art y Paixar.
Con los Luna comparten los Millán el haberse dedicado a otra cosa antes que al vino. Los últimos, poniendo gente en ruta pues su empresa familiar de transporte de viajeros decidió ampliar su cartera de negocio y para ello puso a rodar mencías, con la construcción de una bodega en Cacabelos, Ribas del Cúa, en la década del 1990.
Así, justo en la ribera del río Cúa fueron agrupándose unas 400 fincas, hasta completar unas 60 hectáreas de las que 40 están plantadas y muchas rodean la estructura de vinificación, a la mejor usanza de los châteaux franceses. En un principio parte de la finca se plantó con algunas cepas más globales como la tempranillo y la cabernet sauvignon, que luego se reinjertaron para reafianzar la apuesta por lo autóctono y las mencías.
Pilar Millán no pensaba que su día a día terminaría entre esas vides. Estudiaba farmacia cuando su familia determinó plantarlas y por ellas dio un giro a su formación, hasta llegar a convertirse en enóloga y ahora es quien cuida las mencías, una cepa de la que le gusta todo, empezando por el tamaño de la baya.
Paseando bajo el sol de mañana por las viñas pintadas por un horizonte de nieves que casi podría confundirse con la cordillera de los Andes, Pilar, apasionada de la historia, cuenta como por la zona había wolframio, un mineral muy buscado en épocas de guerra, que hizo de la zona una muy cotizada. Pero también explica cómo cuida las viñas, cómo se realiza la vendimia a máquina y cómo casi a diario uno puede ejercitarse andando por esas parcelas que tientan a no parar de recorrerlas para admirar las etapas de su desarrollo, mientras se escuchan los graznidos de los pájaros rompiendo el silencio y se va identificando en el camino la diversidad de sus suelos. De sus recorridos por ella Pilar está documentando un herbario.
Ribas del Cúa busca vinos un perfil clásico, pero con proyección de modernidad y equilibrio. Persigue mantener la esencia tradicional, pero sin rayar en lo antiguo, como tampoco en lo rompedor. De momento, todo tinto, aunque tienen en agenda elaborar un blanco, en la zona de Pieros, en un futuro no distante. Desde 2003 cuenta con la asesoría enológica de Ana Martín y Pepe Hidalgo, dos experimentados elaboradores con proyectos en toda España.
La estructura de bodega es funcional y sin adornos. De allí salen etiquetas amparadas tanto por la DO Bierzo, que autoriza mencías y garnachas tintoreras en tintos, como por el marco de los Vinos de la Tierra de Castilla León, que abarca a los vinos que también tienen cabernet sauvignon, merlot y tempranillo en sus mezclas. Pilar, una excelente fotógrafa que va documentando con impresionantes imágenes el ciclo vegetativo, de la cepa a la copa, cuenta que la añada 2014 fue complicada, aunque al final se hayan sentido satisfechos por cómo se concretó.
En el rumbo del Camino y en la pedanía de Pieros está también Bodegas Godelia, un proyecto nacido en 2009 del fruto de una reflexión de sus propietarios, la familia García Rodríguez, descendientes de viticultores gallegos, quienes en ese momento iniciaron una nueva etapa para la bodega, con un cambio de nombre y filosofía de elaboración que pretende producir vinos arraigados en la tradición, siguiendo procesos naturales y sostenibles de los que surgen vinos elegantes, suaves y sutiles, un porte que hace que su enóloga, Olga Verde, defina a la bodega como una de sexo femenino.
Cincuenta hectáreas, de las cuales 35 son propias, surten las uvas para este proyecto que cuenta con una de las plantaciones más extensas del Bierzo, Finca Legúas, con vides de entre tres y cuatro décadas. Tres fincas con diferentes orientaciones y altitudes con suelos de pizarra, arcillas y cantos rodados. Entre las que están esparcidas por diversos puntos de la denominación, hay incluso cepas de mencía muy viejas en la cima del castro de Valtuille, un viñedo protegido que añade misticismo a su producción.
En vendimia seleccionan las uvas tanto por racimo como por grano, y una de los cambios implantados fue el trabajar con depósitos más pequeños a fin de manejar de forma más eficiente y precisa las uvas. Utilizan barricas de 500 litros para las elaboraciones de los blancos, aunque próximamente contemplan tener huevos de hormigón.
Godelia es una de las bodegas que más blancos elabora, tanto con base de godello, como de dona blanca, una variedad que entienden no se ha valorado lo suficiente y de la que ellos cuentan con cepas viejas, que emplean como complemento en sus vinos.
Entre las aproximadamente 200 mil botellas que produce Godelia hay un blanco de godello y dona blanca, otro monovarietal de godello con más tiempo de crianza sobre lías, un mencía joven, y otros dos tintos con crianzas más o menos prolongadas, además de un vino espumoso de godello y otro dulce de mencía, aunque estos dos últimos no están amparados en la DO Bierzo.
El rostro de Pittacum
Ese señorío que pinta algunos puntos del Bierzo se admira, además de en Canedo, en Arganza, donde hay otro palacio. Como un escudo protector de esa villa está su patrimonio de piedra, pizarra, y, por supuesto, de viñas de mencía que aparecen poco después de cruzarse el Palacio en la carretera que lleva a Pittacum.
Tan pretérita como el rostro mitológico que retrata su imagen de marca es la historia vinificadora de Bodegas Pittacum, una pionera en la zona que ya para fines del siglo XIX embotellaba sus vinos en un espacio que sobresale en su calle, la de La Iglesia, donde un palacio pétreo de unas tres centurias preserva un tesoro líquido de mencías y garnachas tintoreras. Cuando se construía allí la bodega, hallaron en sus cimientos un “pittacum”, que así se llamaban las ánforas cónicas que empleaban los romanos como instrumento de medir, así como una medalla con el rostro del dios Baco del vino, que selló un eslabón con la historia del Bierzo más ancestral.
Pero rostro también de Pittacum es el de Alfredo Marqués, un berciano de pura cepa, enólogo precoz que con la sabiduría del abuelo que le había transmitido su amor por el vino, ya a sus 16 años hacía el suyo, inspirado no sólo por lo aprendido del abuelo, sino también por los recuerdos de las vendimias de infancia, donde la carretera era ocupada por carros de bueyes que llevaban las uvas a la cooperativa regional.
Así que fue a fines de la década del 1990, Alfredo y varios amigos que gustaban del vino, aunque sin dedicarse a él, decidieron comprar el edificio donde hoy se asienta Pittacum, para hacer una nave de elaboración. Los movía su convicción por el potencial del Bierzo y la necesidad de dotar a la mencía de un rango de nobleza similar al de otras cepas del mundo y para ello perfilaron los vinos de la bodega como vinos con personalidad, regularidad y calidad, expresivos no sólo de esa materia prima de uva, sino de su expresión singular en ubicaciones diversas, con microclimas, suelos y topografías bien delimitadas para enmarcar unos trazos únicos.
Su trabajo no pasó desapercibido para el grupo gallego Terras Gauda, que a partir de 2002 halló en Pittacum el socio perfecto para expandirse a nivel regional, entrando a su accionariado para encargarse de su parte comercial. “Terras ha valorado mucho el factor humano, no ha escatimado en investigación, una mentalidad que ha favorecido a Pittacum”, relata Marqués.
De hablar pausado y castellano impecable, Alfredo tiene el aura de un caballero de otro siglo que explaya su cultura y saber con una oratoria de mencías que va relatando con precisión y detenimiento mientras da a probar pausadamente las diversas botellas que elabora como regidor de la escena de vinos.
Los de la bodega se arman a partir de unas 200 parcelas de viñas viejas repartidas por todo el Bierzo, cada cual con sus singularidades de suelo, orientación, clima y altitud. Cerca de Ponferrada, pizarra. Las que están cerca de Valtuille, suelo arenoso. Y parte de las que están en Arganza apuntaladas sobre un suelo relativamente arcilloso, con un clima más fresco.
De ellos surgen unas 180 mil botellas repartidas en Pittacum, su vino base, con crianza de unos 8 meses en barrica; Petit Pittacum y Petit Pittacum Rosé, entradas de gama nacidas con la cosecha 2013 y elaboradas con barricas usadas de Pittacum; su Pittacum Aurea, el vino top, mencía con crianza de 14 meses en barrica y 24 en botella que se estrenó con la cosecha 2001 y ha tenido un cambio de imagen, y un garnacha tintorera, La Prohibición, que envejece 24 meses en madera. La bodega emplea roble francés, un contraste de barricas con la piedra que envuelve la estructura donde se atesoran, un espacio funcional y sin ornamentos.
“Pittacum va poco a poco, pero con pie muy firme. Exportamos un 45% de la producción, una cifra que sigue creciendo”, subraya quien se siente orgulloso de lo logrado y está obsesionado por conquistar a las jóvenes generaciones para el consumo del vino.
La música del Bierzo se dirige desde Villafranca, villa francamente señorial con unos tres mil habitantes de la que quizás su monumento más llamativo es un mágico castillo de piedra en pleno Camino de Santiago, a la usanza de los palacios de esos cuentos de caballería en los que aparecen hadas con varita mágica rigiendo fantasías, como las obras musicales que ha compuesto y dirigido el músico español Cristóbal Halffter, hoy dueño y señor de ese castillo.
No muchos saben el patio del castillo es un jardín amurallado de mencías, pero sí que desde su altura pueden divisarse otras viñas del valle, un horizonte con musa que sin duda inspiró a Halffter en alguna construcción de notas diseñada desde esa fortaleza.
Entre esas viñas hay unas que lejos de la grandilocuencia de las óperas o la picardía de las zarzuelas se asemeja más al ritmo pop y revolucionario de los Beatles, y a ese espíritu psicodélico que imbuyó a la era hippie.
La apariencia casi selvática de las viñas armoniza con la melena de su cuidador, Pablo Pérez, uno de esos hijos de familia bercianos, que luego de encaminarse por la senda de la economía, decidió girar su rumbo a las tierras de familia por Villafranca, para seguir encarrilando a la primera bodega con sello ecológico de Castilla-León.
En medio siglo haciendo vino, los Pérez Caramés elaboraron graneles y luego pasaron a embotellar su producción. Fue el tío de Pablo quien fundó la bodega homónima, que ya embotellaba desde la década del 1970, pensando siempre en clave ecológica, primero para preservar el medio ambiente y la comunidad del entorno de la bodega y, segundo, porque pensaba que ésa era la ruta a proseguir para elaborar vinos de gran calidad.
A él siempre acompañaba Pablo en sus periplos vinícolas por las viñas, por las ferias, hasta que decidió asentarse en Villafranca y, desde 1999, hacerse cargo de la bodega en conjunto con Noelia, su mujer.
Para ellos las uvas “eco” minimizan la intervención en el vino. Para ello, “abonan” el terreno con curas de salud, entre las que se incluyen el no podar las viñas que han tenido problemas con algunas enfermedades, a fin de que las cepas se autoinmunicen. Lucen abandonadas, desatendidas, “peludas”, pero realmente se trata de viñas que están “en tratamiento”, y que luego de podarse tras varios años sin hacerlo, se muestran libres de algunas de esas enfermedades, como el oídio. Tampoco aran, sino que dejan vegetación en la viña para que absorba como esponja la humedad excesiva y no torne excesivamente vigorosas a las vides.
En esas mismas viñas aplican otros tratamientos y manejos creativos, como crear “arbustos” artificiales para engañar a los pájaros y que se coman insectos dañinos, o plantar frutales para calmarles el apetito y que desistan de comerse las uvas. En resumen, se trata de generar en la viña un autosistema capaz de autoregularse.
Además de ser precursores en temas ecológicos, otro elemento diferenciador de la bodega es también haber hecho desde sus inicios una apuesta por variedades menos regionales, como la chardonnay, la merlot, la cabernet sauvignon o incluso la pinot noir que, junto con la tempranillo, su tío plantó para ver su evolución, y hoy continúan empleándose en algunas elaboraciones de la bodega, como las de su línea Casar de Santa Inés, que juega con la mezcla de variedades y no sale al amparo de la DO Bierzo, y que ejemplifica la filosofía de largas crianzas en el vino que empezó el tío de Pablo y que él ha seguido por convencimiento.
Si bien hay plantadas esas variedades, la que domina en las 32 hectáreas de viña de la bodega es la mencía, la variedad que protagoniza las líneas de los Cónsules de Roma y Valdaiga, etiqueta que representa el grueso de la producción de la bodega y que conforman monovarietales que buscan mantener su fruta y que perdure en el tiempo.
Como otras de la denominación, la estructura de la bodega no se prodiga en adornos, aunque en su interior sí llaman la atención artilugios casi cósmicos, como un depósito horizontal que se asemeja a una nave espacial a la que hay que subirse con arnés, pero que tiene muchas ventajas a la hora de vinificar, como una mayor superficie de contacto al poder girarse, y el facilitar los descubes, lo que permite jugar con mostos en éste y otros recipientes. Un futuro antiguo, con una base de auténtico Bierzo.
Un giro de rumbo fue también el de Bodegas Tenoira Gayoso, una familia de carniceros que optó por convertir una finca pensada para uso ganadero en un jardín de vides al darse cuenta de que el historial vinícola de la zona era propicio para su cultivo.
De darse cuenta de qué hacer con esas 18 hectáreas en Villafranca fue Guillermo Tenoira, ingeniero agrónomo que piensa que el Bierzo es un lugar privilegiado en el mundo y hoy es responsable de dar un buen porvenir a ese jardín de margaritas, godellos y mencías que se replantó a inicios del siglo XXI. “Hay pocos lugares en el mundo que tengan las condiciones que tiene el Bierzo para el cultivo de la vid”, afirma.
La parte alta de su viña se torna una especie de “castro”, como el de Valtuille, desde el que se divisa con claridad las diferencias de suelo conforme la altitud, que en la altura es más arcilloso y tiene piedras en su parte inferior. Es un viñedo joven, en el que se trata de intervenir sólo en lo esencial, agilizando la recolección con vendimia mecánica, para que la uva llegue más fresca a la bodega.
Pequeña y funcional, el objetivo de la bodega, que empezó a elaborar en el 2007, de Tenoira y su enólogo, Roberto Mosteiro, es buscar vinos equilibrados en sus tres etiquetas repartidas en un godello sobre lías, un mencía joven y un mencía con barrica, todos vinos con gran aptitud gastronómica, que para algo uno de los grandes atractivos del Bierzo es su amplia despensa de productos vegetales como las castañas, las manzanas o sus célebres pimientos, así como los cárnicos y embutidos, como los botillos y las cecinas, todos buenas armonías con los vinos de Tenoira Gayoso.
No lejos de allí se fusionaron en el Bierzo dos Pérez: Francisco Pérez Adriá, un valenciano llegado al Bierzo que en la década del 1940 se casó con Obdulia Pérez Caramés. Juntos fundaron una bodega de vinos a granel que a partir de 2002 decidió encarrilar sus mejores vinos con vocación de envejecimiento hacia Bodegas Adriá, un nuevo proyecto, concebido para comercializarse con la etiqueta de la DO Bierzo y al que a sus 90 años doña Rocío, su hija, todavía echa algún vistazo, a pesar de que el proyecto está en manos de su hija, tercera generación, que la maneja con la ayuda de un eficiente equipo de trabajo encabezado en su parte enológica por Rubén Rubial.
Los pilares de la bodega son viñas maduras, de unos 25 a 50 años las de godello, y viejas de más de 60 hasta algunas centenarias las de mencía. Circundando la bodega, una extensión de viña propia de godello, que permite que una vez vendimiadas, lleguen rápidamente a la bodega. Y esparcidas por Villafranca, Pieros y Valtuille de Arriba, las viñas de mencía que pertenecen a viticultores de la zona y que la bodega vigila escrupulosamente.
De éstas surge Vega Montán, la marca con que se comercializan los vinos de Bodegas Adriá, con dos etiquetas blancas ---un joven de godello y dona blanca a medias, y un godello al 100% que realiza crianza en lías en depósito y luego una breve crianza en fudre---, y una gama de cinco tintas de mencía, escalonadas por la edad de las cepas, y el tiempo y envase en que se realiza el envejecimiento, de depósitos en acero a fudres y barricas de roble francés y americano: Vega Montán joven, Vega Montán Silk, Vega Montán Adriá, Vega Montán Velvet y Vega Montán Eclipse. La bodega cuenta con dos naves grandes, una de elaboración y otra para las crianzas.
Mitología en el Bierzo
En la olla del Bierzo conviven la historia griega, la celta y la egipcia en un choque de titanes con silueta de montañas que toman su nombre de dioses y de la diosa mencía vertida en copa de vino.
El espíritu combativo de Teutates se tornó en Teleno, dios de la guerra que se remonta a los orígenes romanos del Bierzo, y nombra al Monte Teleno, la cima más alta de los montes de León. De la Tebas griega y la egipcia tomó su nombre la Tebaida berciana, otra zona montañosa al sureste del Bierzo, aislada desde antaño por lo agreste del terreno y la dificultad de su tránsito.
Con T de tesón inspira esa topografía una tesitura de mencías que moldean al este de Cacabelos Raúl Pérez e Isidro Fernández, haciendo del Tilenus, etiqueta denominada por el Monte Teleno, y el Tebaida, inspirada en la Tebaida berciana, dos de los pilares de vino más genuinos del Bierzo y bandera de dos de sus bodegas más señeras y próximas, Estefanía y Casar de Burbia.
Estefanía se fundó en 1999 y en ella tuvo Pérez la oportunidad de armar un trazado de vinos, asiendo a la par su arquitectura y su ingeniería, en un proyecto de mediana dimensión, pero enológicamente sólido, que recientemente fue adquirido por MGWine para consolidarla y expandir el alcance de sus etiquetas, construidas a partir de viña íntegramente bajo el control de la bodega.
Allí han tenido protagonismo los tintos Tilenus, marca principal de la bodega, cuyas cepas viejísimas aparecen desnudas a lo largo de la carretera, por Pieros, un pequeño poblado a seguidas de Cacabelos, uno de los epicentros de vid en el Bierzo de valle. En aquel plácido silencio, cepas de diferentes edades, troncos de diferente grosor conviven en un cimiento de terreno arcilloso. Inclinadas, viñas en vaso de entre 60 y 90 años, dedicadas a los vinos con crianza y los de parcela. Diferentes orientaciones al sol, algo muy importante en la zona, y que añade complejidad a los vinos. La bodega tiene también viñas más jóvenes en espaldera y, en otras zonas, otras más añejas en pie franco. De todas esas extensiones surgen unas 225-250 mil botellas entre todas las etiquetas, una gama que cubre todos los segmentos, de los vinos jóvenes a exclusivos vinos de parcela: en blanco Tilenus Godello y Tilenus La Florida, y en tinto Tilenus Joven, Tilenus Roble, Pagos de Posada y Pieros.
Valtuille y Cacabelos son de las mejores zonas de vid en el bajo Bierzo de valle, y no lejos de algunas de las viñas de los Tilenus se extienden las de Casar de Burbia, en Valtuille de Arriba, aunque su bodega se encuentre en Carracedelo, cerca de donde se halla el Monasterio de Carracedo.
En su oficio de elaborador de vino, Isidro ha ido consiguiendo una construcción de botellas tan perdurable como la del Monasterio. Fue él quien en 1998 se hizo cargo de los viñedos que su familia ---dedicada a los productos hortofrutícolas--- había empezado a adquirir una década antes para convertirlos en vino.
Las manos manchadas de Isidro lo cuentan todo, porque de todo hacen. Del último lustro relatan una evolución que Isidro va mostrando con la avidez de quien desea dar a conocer en complicidad su ilusión sobre lo realizado. Recorre nuevos envases en la bodega que no sólo permiten descubrir novedades líquidas que aún no han salido al mercado, sino, más importante aún, etiquetas con trayectoria que ahora se expresan a otro nivel, con mayor señorío, transparencia de su lugar de origen, mayor nobleza de la mencía siendo, sin duda, reveladoras de la propia madurez y seguridad que Isidro denota haber aquirido como gestor y elaborador de los Casar de Burbia. Grano a grano, barrica a barrica, volcándose en descubrir nuevas vías para extraer del vino un potencial y una complejidad desconocidos a fin de añadir aún más valor a los productos de godello y mencía que salen de allí, equiparando los terruños del Bierzo con los cru de Borgoña.
Los blancos van ganando terreno en la bodega, no sólo porque cobran espacio en el mercado sino porque en ellos ha descubierto Isidro un territorio donde volcar su cada vez más comprometida pasión por el vino. Arriesgándose a hacer cosas distintas y a hacerlas bien, siendo diferente del resto, de sí mismo y con sentido común. Trabajando con barricas de 500 litros y toneles aún más grandes, removiendo lías de manera giratoria en lugar de con bastoneo, y convencido de que la godello es la respuesta española a la chardonnay. Misma nobleza, misma aptitud de delinearse en diferentes patrones.
Lo demuestra dando a probar lo que en uno de esos grandes envases cocina con godellos de la añada 2014, sorprendiendo la limpidez con que le aparecen nuevos matices aromáticos, notas a hierbas como el romero y el tomillo, a pino e incluso tonos sutiles a toronja o fruta de la pasión, todo sazonado con pinceladas tostadas, buen volumen en boca y redondez.
A la mencía la pinta de palidez con un rosado muy serio, afrutado, pero seco, con nariz de rosado, boca de tinto y elaboración a semejanza de un blanco fermentado en barrica. Y en clave tinta algunos de sus vinos de élite de la cosecha 2014, un mencía de pagos altos con suelo arcilloso, bastante pulido, conjunción de guayaba, frutos rojos, hierbas aromáticas, tomate y sutiles tostados, arrancando sensaciones inéditas.
“No hay que explicar el Bierzo, hay que probarlo”, señala Isidro, quien piensa que hay que hacer vinos con identidad, pero que todo el mundo entienda.
La bodega elabora dos etiquetas blancas, un godello joven y otro fermentado y criado en barrica, y tres tintas. De éstas últimas una primera línea, los Casar de Burbia, en los que buscan más intensidad que complejidad, mencía con algo de garnacha tintorera que pasa ocho meses en barrica de roble francés. Los Hombros, donde se busca una mayor complejidad y expresividad del terruño, pasan un año en roble francés. Y los Tebaida, tres etiquetas, el Tebaida, el Tebaida 5 y el Tebaida Nemesio con vides que proceden de los pagos más altos y con suelos más pedregosos, y que envejecen por al menos 16 meses.
En el otro costado de la carretera, donde el Bierzo empieza a escalar su ruta el pendiente, una luz divina ilumina cepas viejísimas desparramadas por una ladera de suelos pizarrosos. Hay que mantener el mismo equilibrio de Luzdivina, la dueña de Luzdivina Amigo, para desplazarse por esas vides inclinadas, ser madre, dueña de casa, chacinera, jefa de familia y a la par, propulsora de esas mencías y godellos en ese proyecto de familia de la que es motor e inspiración para su hijo Miguel Angel, quien tomó de sus ancestros el relevo sobre los dominios de Parandones, donde ubica la bodega que lleva el nombre de su madre, Luzdivina Amigo.
Fue él quien determinó dejar su trabajo en una empresa de autos y regresarse al pueblo para dedicarse en cuerpo y alma a una tarea que hacía informalmente desde los 19 años, siguiendo los pasos de un abuelo que araba las viñas con bueyes, y convencido de que el viñedo ofrece recursos con los que puede vivirse dignamente si se saben aprovechar. En 2011 aparcó el tema de las carrocerías para enfocarse en el de la armazón de los vinos, y en sacar adelante un proyecto de bodega en la que ha implicado a toda su familia, con espíritu solidario, generoso, comprometido y curioso por adentrarse con éxito en senderos profesionales poco auscultados para muchos de ellos, como para su madre, Luzdivina.
Se sube al monte para conocer de primera mano las uvas. Catorce hecáreas de viña, casi toda de más de 70 años, viñas en vaso muy fragmentadas, en distintas orientaciones, con pizarra arriba y suelos más arcillosos en la parte inferior. Una producción parcelaria distribuida conforme el tipo de suelo, que a su vez dicta tipo y tiempo de elaboración y envejecimiento. Un producción de unas 130 mil botellas repartidas en tres blancos, y tintos equiparable a crianza, a reserva y un top.
Miguel Angel es un apasionado de la viña y sorprende la pasión y minucia con que habla de las habitantes de sus parcelas, cómo se hacían los injertos, cómo se plantaban cepas, sintiendo el terruño y la historia agrícola de la región con un sentimiento y un convencimiento añejo, con sabiduría antigua y la vocación de largo porvenir que le augura a esas cepas viejas la nueva generación de elaboradores que emerge para hacer perdurar al auténtico Bierzo. “El Bierzo es una gran superficie de viña vieja en el mundo y es necesario que la gente lo sepa y lo valore”, dice revisando las uvas de esas viñas. Mencías, garnachas tintoreras, palominos, godellos viejos y más nuevos, porque si en el Bierzo han destacado las mencías, empiezan a capturar más atención los minoritarios godellos, y por ello algunas bodegas auscultan espacios en viña para expandir su producción a lo largo de toda la comarca.
La viña reluce bajo el sol que templa un tiempo helado en que las cepas empiezan a llorar su savia luego de la poda. Antes de casi poder darse uno cuenta, empezarán a brotar las zarcillos, hojas, y pequeñas bayas que irán creciendo hasta cambiar de color y entrar en la recta final hacia la vendimia. En un pis pas, en un abrir y cerrar de ojos, volverá a emanar vino de esas cepas que Miguel Angel pastorea, a brotar la historia líquida del Bierzo que revelan, año tras año, esas cepas centenarias que vigilan el valle y a Luzdivina.
A pie de viña no es largo el tránsito hacia bodega, casi una extensión de la casa de familia donde se agolpan depósitos y barricas, casi todas francesas, construyendo mucho en poco espacio y con un pequeño huerto como eje de la estructura. Si en algunas casas de familia hay gazebos, en otras terrazas, en la de los Amigo se prefirió tener una bodega desde donde multiplicar las amistades con una copa de vino. Allí están su padre y Luzdivina, irradiando energía para apoyar a sus vástagos, mientras preparan las cajas para un nuevo pedido de botellas que derramarán un poco del sabor autóctono del Bierzo en las copas de quienes las abran más allá de esas fronteras castellanas.
Siete etiquetas, tres blancas y cuatro tintas, elaboran Miguel Angel y su hermano Javier, con la ayuda de sus padres, en el proyecto. Dos blancos bajo la marcas Baloiro, un blanco ensamblaje de godello, palomino y dona blanca; el otro un godello al 100% con envejecimiento en barrica; y una tercer blanco, Los Pedregales, un godello joven de viñas jóvenes con un suelo en el que abundan los cantos rodados.
Los cuatro tintos se enmarcan en el paraguas de las marcas Baloiro y y Viñademoya, la última elaborada con cepas muy viejas: Baloiro Crianza y Baloiro Reserva, mencías con crianza; y Viñademoya, con un brevísimo toque de dos meses en madera y Viñademoya Leiros, con una crianza mucho más prolongada.
Al igual que a Casar de Burbia, a Merayo la precedió una historia con frutas y, a semejanza de otras bodegas de Autóctona del Bierzo, se pinta con una plétora de cepas añejas y el deseo de recobrar las profundas raíces de vino de la familia, estableciendo un nuevo puente entre las viejas cepas y las nuevas generaciones.
La Galbana lo dice todo. Cada surco en el tronco de las cepas que pueblan esta viña atesora secretos de historia berciana que se multiplican con el grosor de sus vides, maravillando en modo tal que provocan la irresistible tentación de extender la mirada para curiosear por el panorama de hileras que ondea por las colinas, escudriñando entre las cepas que contorsionan su madurez aquellas de troncos más gruesos, para abrazarlas casi con afecto y con el secreto deseo de exprimirles los néctares más añejos a sus racimos.
Pedro Merayo es un dedicado cronista de viejas vides que se pasea por esta hipnotizante viña centenaria en Valtuille de Arriba relatando los secretos de vino del Bierzo. Con la parcela de La Galbana conviven otras atravesadas por el Camino original de Santiago, con un trasfondo tan pretérito que ya ni los ancianos de la zona recuerdan cuando se clavaron en la tierra las vides y empezaron a dar fruto. Probablemente antes de la filoxera.
A todas las conoce con minucia Merayo, quien se desplaza como sabueso entre mencías y suelos de arcilla y cantos rodados, haciendo gala de la sabiduría topográfica que le confirió el rebuscar por mucho tiempo las mejores uvas para algunas de los más prestigiosos elaboradores de la comarca berciana. Ese conocimiento le ha permitido convertirse en uno de los viticultores con mayor superficie de cepas viejas en toda la zona, una plataforma sólida que le inspiró crear Bodegas Merayo en 2010, transformando el antiguo almacén de su antigua empresa hortifrutícola en una bodega en toda regla en la que funde ilusione con su hijo Juan, entusiasmado también desde los inicios por el trabajo a dúo entre depósitos y racimos, y el enólogo Fermín Rodríguez Uria, amigo de viejas cruzadas de vid.
La estructura de la bodega en San Andrés de Montejo, cerca de Ponferrada, no es estética, sino funcional, convirtiendo antiguas cámaras refrigeradas para la fruta, en salas de barricas y botelleros, potenciando cada milímetro del espacio para acoplarlo al nuevo proyecto de vinos.
La mencía es la reina de la bodega, donde se elaboran seis etiquetas, de las cuales cinco la tienen por fundamento: Merayo Rosé, mencía rosado; Merayo, mencía joven de cepas viejas; Las Tres Filas, un joven roble; y Aquiana y La Galbana, con mayor crianza y ambos de limitada producción. Además de los tintos, la bodega elabora un Merayo Godello, también de cepas viejas. Entre las viñas de Merayo, además de estas dos cepas, hay algo de dona branca, malvasía y también bobal (valenciana).
Merayo, Pedro, piensa que el Bierzo debe de enfocar su producción en la mencía, una uva muy delicada, pero de calidad, autóctona y con personalidad diferenciada. “La mejor uva de la zona solía ser la mencía pero no se confiaba tanto en la cepa, que finalmente ha hallado su puesto y demostrado su dominio”, declaró, añadiendo que parte del lujo de esta variedad son sus cepas viejas, pues la mencía es una cepa confabulada con el tiempo, que tarda medio siglo en expresarse a plenitud.
Estilos de vino autorizados
Los vinos bercianos se organizan a partir de seis categorías principales de clasificación, basadas en color y envejecimiento: blancos del año; vinos rosados, que pueden elaborarse sólo de uvas tintas o mezclando blancas y tintas; tintos jóvenes; vinos de crianza, que tardan dos años en salir al mercado, de los cuales seis meses han transcurrido en barrica; vinos de reserva, que en el caso de blancos y rosados reposan dos años, de los cuales seis meses serán en barrica de roble y, en el caso de los tintos, un total de tres años, de los cuales uno transcurre en barrica de roble; y vinos de gran reserva, que sólo es posible elaborar en tintos, que deben envejecer por al menos cinco años, de los cuales un mínimo de 18 meses deben de ser en madera. Las variedades blancas autorizadas por el reglamento del Consejo Regulador son la malvasía, la palomino, la godello y la dona blanca, y las tintas, la mencía y la garnacha tintorera, de ahí que los vinos elaborados en bodegas bercianas a partir de la prieto picudo salgan al mercado como Vinos de la Tierra de Castilla León, ya que la prieto picudo no está amparada por la DO Bierzo, como tampoco lo están, de momento, los vinos espumosos o los dulces.
NOTA: En 2019, posterior a esta edición, la DO Bierzo adoptó una nueva clasificación basada en unidades geográficas. MAS EN ESTE ENLACE.
Vermuts bercianos
Además del vino, otro de los productos apreciados del Bierzo es el vermut, que si ya se luce con los Biermús de Prada a Tope, tienen en los de Vinos Guerra a su referencia más importante. Guerra retomó la producción de vermuts con muy buen pie, ganando incluso trofeos internacionales, como el que el International Wine Challenge de Londres otorgó recientemente al Guerra Reserva Rojo como mejor vermut del mundo. Este vermut se creó a fines del siglo XIX con una base de vino de mencía, godello y una impotante cantidad de hierbas y botánicos, una fórmula que, como han hecho otras marcas de renombre, se retomó para honrar a VINOS GUERRA, la primera bodega del Bierzo.
A usanza de éstas, en Prada a tope se elaboran conservas de otros productos de la zona, como los pimientos, que han dado forma al Bierzo, y en Palacio de Canedo han moldeado en versión conserva de pimiento asado dulce y picante, pimientos confitados o mermelada de pimiento. Un producto cuyo envasado multiplican muchas otras empresas que les comercializan por el mundo. Menos conocido quizás es el pimentón berciano, con apenas una pizca picante y ahumada que le confiere un toque de singularidad.
Los higos, los membrillos, las peras conferencia y las manzanas son otros productos esenciales del sabor berciano más autóctono, que, envasados, también traspasan fronteras y en la zona pueden disfrutarse en muchos postres con sabor muy genuino y hogareño y base de algunas de las creaciones que deleitan en Palacio de Canedo, hogar de Prada a Tope.
Es que esta riqueza agroalimentaria hace del Bierzo un territorio gastronómico apasionante, donde la sencillez de la cocina tradicional cimentada sobre una buena base de suculentas materias primas destaca y convive con una cocina salpimentada de creatividad que aporta novedad, pero con un marco de familiaridad en el paladar, que ha perdurado en el tiempo y se rescata de manera ejemplar en El Tiempo Recobrado, una hospedería rural en Villamartín de la Abadía que cuenta con un magnífico restaurante donde su chef Juan José Alonso sigue ese espíritu para acompañar al del vino del Bierzo. Tosta con pimiento berciano y sardina marinada, alcachofa con jamón, arroz cremoso con codorniz escabechada, bacalao a la plancha con callos y manitas de cerdo, tan gelatinoso que aceptó a la perfección dos mencías envejecidos en madera, que también le van bien a algunos postres con chocolate.
Un espíritu compartido por La Pedrera, otro espacio de yantar con encanto, ubicado en una antigua casona castellana en el centro de Villafranca, perfumada con aromas de leña y una cocina tradicional bien puesta en un ambiente histórico y acogedor. Pulpo con pimentón picante berciano, garbanzo pico pardal de León con gambas, pollos, bacalao, y postres caseros con sorbete de limón con castañas.
En Villafranca están también la sencillez de Casa Méndez, con sus cremosamente pecaminosas croquetas de huevo, crujientes mollejas con el justo punto de ajo, pimientos asados y carne jugosa, y la más sencillamente deliciosa tarta casera de manzana, o el espíritu jacobeo de La Puerta del Perdón, frente a frenta al Castillo de Villafranca, que puede admirarse mientras se degusta la cocina con enjundia de Herminio y Pilar, que plasma en el plato platillos tan ligeros como contundentes, una ensalada, lascas de cecina, un botillo o un codillo ---que para algo estos manjares cárnicos y porcinos son emblema del Bierzo---, pero siempre sazonada con la proximidad de la materia prima y esa indiscutible sensación de frescura que ésta transmite al igual que lo recién hecho, como los humeantes panes de canela y el jugo de naranja recién exprimido con que puede desayunarse mientras se observa el tránisto de los peregrinos por el Camino de Santiago.
DO BIERZO - CALIFICACION COSECHAS |
|||
|
|
|
|
EXCELENTE |
MUY BUENA |
BUENA |
REGULAR |
1987 |
1988 |
1989 |
1993 |
1992 |
1990 |
1995 |
|
2005 |
1991 |
1997 |
|
2007 |
1994 |
1998 |
|
2012 |
1996 |
1999 |
|
2014 |
2000 |
||
2001 |
|||
2002 |
|||
2003 |
|||
2004 |
|||
2006 |
|||
2008 |
|||
2009 |
|||
2010 |
|||
2011 |
|||
2013 |
Copa del Bierzo
No hay aún una copa concebida para vinos bercianos, pero un consejo para apreciar mejor los tintos de mencía es servirlos en copa de pinot noir.
En ruta a la cosecha 2015
La climatología está favoreciendo el buen estado sanitario en el viñedo, sin ataques de mildiu, oídio o black rot, que son los principales problemas en el Bierzo, pero las altas temperaturas sugieren un posible adelanto del ciclo vegetativo, que aguarda el envero y la maduración para definir la evolución de la cosecha hasta la vendimia.
Espumosos
Fructus Brut Reserva. Bodegas Godelia. 100% godello elaborado con método tradicional de segunda fermntación em botella y de forma manual. Pasa 21 meses con sus lías y tiene 9 gramos de azúcar residual. En nariz traza recuerdos a pera, flor blanca y delicados tostados, tiene burbuja fina y persistente y en boca es fresco, con tonos de limón y con buen volumen, sin ser denso. Muy rico. Producción de apenas unas tres mil botellas. No amparado por la DO Bierzo.
Palacio de Canedo Xamprada. Extra Brut Ecológico. Un godello y chardonnay a medias con burbuja abundante, difuminada en la copa y persistente. Un espumoso denso, muy estructurado y de larga rima, con sutil tono de almendra, bollería y un punto cítrico y amplio en boca que va ganando matices con la oxigenación. 15 mil botellas de producción elaboradas con método de segunda fermentación en botella. La bodega produce un blanco demi-sec, y un Reserva con 36 meses de crianza.
Palacio de Canedo Xamprada. Extra Brut Rosé Ecológico. 85% mencía que se sazona con un 15% de godello para aportar frescor. Color asalmonado intenso, es un espumoso con mucha expresividad frutal, algún matiz ahumado y que en boca tiene mucha estructura.
Blancos
Casar de Santa Inés Chardonnay 98. Bodega Pérez Caramés. Nariz con un punto oxidativo y notas melosas a melocotón seco y albaricoque. En boca mantiene aún una acidez bastante buena, con una textura untuosa, un fin salino y una buena persistencia. Una etiqueta que no se elabora todos los años y que no sale con contraetiqueta de la DO Bierzo.
Godelia Blanco 2013. Ensamblaje 80/20 de Godello y Dona Blanca que pasas varios meses en lías, que la bodega va guardando de año en año. En nariz arrastra matices a hinojo, anisados, tonos cítricos, así como a fósforo, hay uvas procedentes de suelos de canto rodado. En boca es persistente e intensamente salino.
Godelia Selección Blanco 2012. Godello procedente de cepas viejas de unos 80 años que se crían sobre lías durante ocho meses. De color dorado es un vino más fresco y ligero, con notas cítricas, estructura más fina y elegante.
Los Pedregales 2014. Bodega Luzdivina Amigo. Un 100% godello joven, serio y elegante, elaborado con uvas de viñas jóvenes plantadas en suelos de canto rodado y arena, y que no tiene contacto con la madera. En nariz tiene recuerdos cítricos, flores blancas, manzana, con un punto de computa muy sutil que en boca es untuoso y envolvente, con buen volumen, equilibrado y con un final salino.
Merayo Godello 2014. Godello de 60 años que pasa tres meses sobre sus lías en depósito de acero. Destaca por sus tonos minerales a piedra perseguidos luego por notas ahumadas. Penetrante por el esófago, es un vino muy elegante, con muy buena acidez, que se crece en boca.
Raúl Pérez - La Vizcaína. Anfora 2014. Vino sin terminar de godello con algo de palomino, que muestra un punto oxidativo y dulce que se compensa con una buena acidez. Un blanco goloso, afrutado, fácil y untuoso que cierra con una pizca de dulzor.
Palacio de Canedo Godello 2014. Un blanco con tonos cítricos a toronja y una buena untuosidad y frescura en boca donde termina salino, fino, con persistencia y sin excesiva acidez. En la cosecha 2011 la bodega hizo una elaboración experimental de godello en barrica.
Peique Godello 2014. Sometido a maceración pre-fermentativa y crianza en lías en el depósito, este blanco es graso, con volment en boca, tonos a pera y manzana hilvanados con flores blancas, y en boca se expresa untuoso y con una pizca de amargor.
Tenoira Gayoso Godello 2013 Sobre Lías. Un vino recto y serio, que va ganando expresividad en copa con matices a pera y manzana, que en boca muestra tonos minerales, untuosidad y un fin salino. Las cepas son cepas reinjertadas con viejas vides de godello de Valdeorras. La bodega no descarta hacer alguna elaboración de godello con crianza en madera.
Rosados
Petit Pittacum Rose 2014. Mencía con algo de godello idóneo para acompañar arroces y se gestó como una propuesta para cautivar a jóvenes consumidores. Es un rosado de color guayaba que en nariz tiene recuerdos tropicales a esta fruta, a acerola y toronja. En boca es fácil, seco, salino y tiene buena estructura sin ser untuoso.
Tintos
Aquiana 2012. Bodegas Merayo. Mencía al 100% de tres fincas, que pasa 12 meses en roble francés. Un vino grande y elegante, con mucha estructura, sedosidad y complejidad organoléptica. Matices de grosella y fruta oscura envuelta en tonos de cedro y chocolate, toffee y vainilla, intenso maní, recuerdos minerales, tonos anisados y un final especiado, sutilmente tostado y con puntos de café espresso. En boca entra aterciopelado, se desliza penetrante por el esófago y concluye con un grand finale.
Baloiro 2010. Bodega Luzdivina Amigo. Mencías de entre 60-90 años cultivadas en suelos de arenas graníticas y arcillosos. Envejecido un año en roble francés y americano que en nariz tiene aromas a cassis, vainilla y grafito, y en boca tiene garra, con jugosa fruta y un final especiado, con mucho equilibrio y persistencia. El Baloiro Reserva 2009, pasa 15 meses en barrica que se expresan de forma más evidente con vainillas y tonos ahumados, a la par que con mayor frutosidad al haber estado más madura la fruta al momento de su recolección.
Casar de Santa Inés 1998. Bodega Pérez Caramés. Ensamblaje de 50% cabernet sauvignon, 25% mencía, 15% merlot y 10% tempranillo que envejeció durante 27 meses en roble francés. Un tinto que mantiene bastante su capa de color a pesar de su edad, y que tiene un perfil muy bordelés, con viveza y buena acidez, matices a fruta y almendra en nariz, tonos de cedro y tabaco, y un pase afrutado y pulido en el paladar donde es elegante y redondo. No lleva contraetiqueta de la DO Bierzo.
Casa de Santa Inés Gran Reserva 1994. Bodega Pérez Caramés. Ensamblaje de 50% cabernet sauvignon. 33% mencía y 17% tempranillo que envejeció durante 22 meses en roble francés. Algo menos intenso que su añada 1998, este tinto es más ligero de color, menos intenso de fruta y con tostados más sutiles, y en boca es salino, con bastante buena acidez y un estilo que sigue la línea bordelesa.
Castro Ventosa Castro de Valtuille Joven 2014. Mencía con abundantes notas de frambuesa, buena acidez, resquicios de grafito y mineralidad, potencia y mucha estructura. Recienemente calificada por el CRDO Bierzo como excelente, la cosecha 2014 fue una cosecha, en general, buena, a pesar de las lluvias que cayeron durante la vendimia.
Castro Ventosa Castro de Valtuille 2011. Mencía de una añada cálida y complicada que se ensambla con uvas de unas ocho a nueve parcelas y pasa tres años en baricas muy usadas. Destaca por su proximidad organoléptica al terroir, con fruta, tonos florales, a tierra y grafito, recuerdos ahumados y una boca golosa, fina y con agradables matices salinos.
Castro Ventosa Castro de Valtuille 2012. Tinto mencía delicioso, con un perfil bastante similar a su añada 2011, aunque con sutiles tonos torrefactos más marcados que en esa cosecha, y una mayor elegancia.
Castro Ventosa Valtuille La Cova de la Raposa 2013. Un tinto de la primera parcela que se vendimia en el Bierzo y que realiza fermentación en barricas de madera de 500 litros, sometiéndose a un largo proceso de trasiegos a barricas con más usos. Destaca por sus tonos algo torrefactos y a grafito.
Castro Ventosa Valtuille Cepas Centenarias 2001. Un vino con uvas vendimiadas el 11 de septiembre de 2001, mientras se derrumbaban las torres gemelas en Nueva York, y se levantaba una nueva cosecha en el Bierzo. Fermentado en ese entonces sin raspón, evidencia notas afrutadas de mayor madurez a ciruela, tonos más tostados y torrefactos, así como una mayor astringencia y buena acidez.
Finca La Cuesta 2012. Bodegas Luna Beberide. Mencía que se destaca por sus intensos recuerdos a fruta, con marcada ciruela, tonos balsámicos y mentolados en nariz y un pase aterciopelado por el paladar. El vino se elabora con uvas de viñas de unos 60 años, y pasa 12 meses en barrica francesa.
Godelia Tinto Mencía 2011. Crianza de 12 meses en roble francés tanto nuevo como usado de barricas de blanco. Un tinto fresco, afrutado, floral, mineral, algo ahumado y muy fino.
Godelia Selección Especial Tinto 2011. Un vino dedicado primordialmente a la exportación que se produce sólo en buenas añadas a partir de mencías de más de 80 años procedentes de tres parcelas (Hornija, Corullón y San Pedro de Olleros). Se elabora en barricas abiertas y se somete a un envejecimiento de 16 meses y luego se embotella con el calendario lunar. Destaca por sus tonos a fruta roja, con algún punto vegetal, recuerdos a cigarro, vainilla y cedro, que en boca tiene una sutil salinidad, pero buen equilibrio y elegancia.
Godelia Selección Especial Tinto 2009. Aromas concentrados a fruta muy madura se envuelven con matices ahumados en un vino aún bastante fresco en boca.
La Galbana 2013. Bodegas Merayo. Limitadísima producción de este mencía de cepas centenarias plantadas en pizarra descompuesta que envejeció entre 16 y 18 meses en roble francés. Un tinto más sobrio, equilibrado y mineral, que se destaca por su finura y mayor persistencia en boca. Aterciopelado en paladar, destacan sus cautivadoras notas aromáticas a café tostado, a vainillas, tonos a plomo, y un fin especiado, fino y salino.
Las Tres Filas 2013. Bodegas Merayo. Cautivante tinto de mencía de más de 80 años con tonos de frambuesa y cereza que pasa seis meses en roble americano y francés, una fruta sostenida que antecede un final a café. En boca persiste la fruta en este vino que es goloso, aterciopelado, muy gastronómico y delicioso.
Luna Beberide MM. Un mencía desenfadado. Fresco, afrutado, sedoso y fácil, para beber y beber. Uno de los mejores mencías jóvenes por su relación precio-placer.
Merayo Mencía 2014. Un tinto joven de cepas viejas con un breve toque de seis meses en barrica de roble francés. Un vino fácil, goloso y varietal, con algún tono vegetal y a incienso, mucha frambuesa, garra y frescura.
Palacio de Canedo Mencía Maceración Carbónica 2014. Capa de color menos intensa en un vino con mucho recuerdo a tutti frutti, que es fácil, fresco, limpio, untuoso, que invita a un segundo trago y es idóneo para compartir con amigos. La bodega tiene también un mencía Roble con ocho meses en barrica y seis en botella, un Crianza y otro Reserva.
Palacio de Canedo Picantal 2009. El Picantal es el vino top de la bodega, un mencía elaborado con uvas cultivadas a unos 800 metros de altitud, que pasa 14 meses en barrica francés y uno en botella y no se elabora todos los años. En nariz destaca por su profusion de aromas florales, minerales, torredactos y especiados a pimiento y canela, terminando en boca con más estructura, un punto de astringencia y gran persistencia.
Peique Mencía Joven 2014. Esta etiqueta, de la que se elaboran entre 160 y 170 mil botellas representa el grueso de la producción de Bodegas Peique. La juventud la otorgan cepas de mencía con un promedio de medio siglo, que conservan un gran frescor en nariz y en boca, con tonos ahumados, a cuero contenido, buena acidez y una muy buena estructura con fineza.
Peique Viñedos Viejos 2010. Un tinto de mencía con mucha concentración, tonos a chocolate, balsámicos, ahumados y fruta negra, con un potencial de guarda enorme. Se elabora en barricas nuevas de roble francés, americano y algo de caucásico.
Peique Selección Familiar 2009. Una viña joven, de unos nueve años es la génesis de este tinto de mencía que no se elabora todos los años y tiene tonos chocolate, torrefactos con una boca pulida y salina, aunque también aún algo astringente, que se expresa con mayor finura al final de cada trago.
Peique Luis Peique 2009. Tinto que se fermenta en barrica de 500 litros con 30% de raspón y con levaduras autóctonas. Notas de cuero, de tierra y especias destacan a ese vino que es un cañٕón de pontencia, aunque más pulido, y que revela mucha fruta, tonos ahumados y a café tostado.