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¿Dónde está el fin del mundo? Seguro se eso se preguntó Noé cuando cesó la lluvia tras aquel gran diluvio que parecía que acabaría con el planeta como el final de los tiempos. Pero lejos de terminar el tiempo o el lugar, el fin de la lluvia terminó en el valle del Ararat, donde cuando el cielo dejó de llorar y la paloma bíblica regresó con una rama de olivo como evidencia de que había vida después de la lluvia, lo primero que hizo Noé fue labrar la tierra y plantar una vid, y así asegurarse de erigir un 11mo mandamiento que tuviera que ver con el vino.

Desde aquel primer vino que el primer enólogo de la Biblia elaborara en aquella nueva génesis vitivinícola, más de seis mil años tiene la producción de vino por allí, en Armenia, una de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética, que tras la caída de este imperio político decidió en 1991 seguir una vida independiente y empezar un nuevo orden, como el que sin duda inició Noé tras el diluvio universal.

A buscar un espacio en éste regresaron a Armenia los Eurnekian, emigrantes que desde allí habían llegado a inicios del siglo XX con poquísimo a Argentina y supieron tejer, como los tejidos que le dieron fortuna, un verdadero emporio con muchas industrias que les permitió apoyar en su reconstrucción al nuevo país centroeuropeo emprendiendo también en él. Así, tras algo menos de una década de regresar a sus orígenes y buscar qué hacer en ellos, identificaron un campo en el valle del Ararat, y emulando a Noé, también decidieron plantar vid allí.

De todos los negocios en su entramado empresarial aún no había germinado aún ninguno que tuviera que ver con el vino. Tampoco lo había en la historia moderna de Armenia, con lo que su visión pionera y atrevida llevó a los Eurnekian a delinear una nueva cara en la larguísima historia del vino armenio.

Con Karas, su proyecto de vino con negro suelo volcánico que tomó el nombre de las ánforas que hilvanaban siglos de historia elaboradora en el país, los Eurekian estrenaron un nuevo capítulo de modernidad en el vino de Armenia, enlazado con el descubrimiento de una bodega milenaria de ese país a unas pocas horas de distancia de donde se situaba Karas.

“Expandir límites es parte del ADN de los Eurnekian como familia y como empresarios”, explica Juliana del Aguila Eurekian, y el haber logrado trascenderlos en Armenia les sirvió de motivación para replicar ese reto en Argentina. Así que buscando nuevos límites regresaron con ideas faraónicas al país que les había acogido a inicios del siglo XX y los encontraron en la Patagonia, donde el virus del vino les hizo plantar más vides en su provincia de Neuquén, donde por aquel entonces situaron en San Patricio del Chañar al viñedo más austral de la Argentina.

Ubicada al este de la Cordillera de los Andes y al Sur de Buenos Aires, la Patagonia es una zona remota que algunos designan como “el fin del mundo”. Allí conviven glaciares con zonas desérticas que se han convertido en una pujante región de vinos en Argentina a una latitud más extrema, compensando su ubicación más al Sur con una menor altitud sobre el nivel del mar.

Una conjunción de factores hace que la Patagonia tenga una interesante aptitud para el cultivo de la vid. Su clima alejado del mar confiere una buena demarcación de las cuatro estaciones y contrastes de temperatura propicios para la maduración de las vides y el desarrollo de aromas, acidez y color; sus suelos son pobres, con escasa materia orgánica y baja fertilidad; el clima seco ayuda a la sanidad de la viña, requiriendo de poca intervención, aunque obligando al riego, que se gestiona con el agua pura del deshielo de la Cordillera. La gran extensión geográfica y diversidad de terruños facilitan mayores extensiones de cultivo que en otras zonas, además de que esa diversidad permite el cultivo de una amplia variedad de cepas blancas y tintas. A la zona las mejor adaptadas han sido las variedades de uva de de ciclo corto y medio; los ciclos vegetativos regulares son bastante redondos y con muy buenas maduraciones. 

Estas condiciones han demostrado la aptitud patagónica para la producción de vino, regalando vinos frescos, de estructura más bien ligera, un carácter más mineral que los mendocinos, con buena acidez natural y por ello interesante potencial de guarda, dependiendo de la elaboración.

Neuquén es un polo vitícola que empezó a desarrollarse alrededor de 1998-99 y en la que el vino se planteó como una alternativa a una economía basada en petróleo y gas, negocios que también formaban parte del diverso entramado empresarial de los Eurnekian.

En la Patagonia la Pinot Noir es muy popular, conjuntamente, claro está, con la cepa bandera de Argentina, la Malbec, que en esta zona produce vinos con menos cuerpo, más pulidos, redondos y más fáciles que los de otras zonas del país. Son, precisamente, las variedades estrella de los viñedos de Bodega del Fin del Mundo, ese proyecto que los Eurnekian emprendieron en la Patagonia.

Con la asesoría del francés Michel Rolland, la bodega comenzó a plantar viñedos en 1999 con el reto de convertir tres mil hectáreas de un terreno inhóspito en un lugar adecuado para el cultivo de la vid. La estructura de bodega se inauguró en 2002, cuando se comenzó a vinificar, convirtiéndose Bodega del Fin del Mundo en locomotora de esa hasta entonces remota e ignota región vinícola argentina. Hoy hay plantadas mil hectáreas de vid, un 10% de las cuales se dedica a la Pinot Noir, siendo la bodega la principal productora de Pinot Noir en Argentina. Todas las uvas empleadas en los vinos son de viña propia.

“Neuquén es la cara más moderna de los vinos de la Patagonia y la Argentina. Es como una gran promesa, con gran calidad, volumen y personalidad”, dice Juliana, quien además de propietaria y directora de ambas bodegas es sumiller, lo que le permite hacer un buen equipo triangular con Rolland y Ricardo Valente, enólogo de esta bodega.

En esas mil hectáreas plantadas, dos tercios son de uva tinta y el restante de blanca, pero tan o más importante que las variedades de uva es la diversidad de terruños que se puede encontrar en esa vasta superficie y que es la génesis de una amplia gama de vinos que va desde sus célebres Postales del Fin del Mundo, una línea de vinos jóvenes y amigables a partir de Chardonnay, Malbec y Cabernet Sauvignon, hasta sus Reserva del Fin del Mundo, que buscan la expresión varietal con Malbec, Merlot, Pinot Noir y Cabernet Sauvignon. Además de éstos están sus ensamblajes Gran Reserva, los Ventus, los Fin, vinos de parcela única que persiguen la mejor expresión de cada variedad en la Patagonia, o su Special Blend, inspirado en los grandes vinos franceses y un ensamblaje de Malbec, Cabernet Sauvignon y Merlot elaborado en años excepcionales. Un universo tinto y blanco que se complementa con las burbujas de sus espumosos.

“El Malbec patagónico tiene una buena acidez y frescura natural gracias a las amplitudes térmicas que hacen que en la noche bajen las temperaturas, lo que rinde vinos más frescos y ligeros”, explica la bodeguera amante de la Syrah, quien afirma que los vinos se van precisando desde el viñedo y que mucho de lo que se hace en bodega tiene que ver con su gusto personal de elaborar vinos fáciles de tomar, que reflejen el lugar de donde son y hagan un uso juicioso de la madera, de ahí que en Bodega del Fin del Mundo se empleen recipientes de roble de varios usos y con mayor dimensión.

Además de su trabajo regular, la bodega mantiene constantes líneas de investigación para innovar, e incluso tiene plantada en Argentina Areni, una variedad armenia que es una de las que se utilizan en Karas. Areni, como la cueva donde en 2011 se halló la bodega más antigua del mundo, tanto como cuatro milenios antes de Jesucristo, con sus variedades autóctonas y su ancestral producción de vino.

En el puente del fin de mundo se unen pasado y presente, origen y distancia, nuevos límites y antiguos quehaceres.

Los Reservas y Postales del Fin del Mundo se consiguen en El Almacén del Vino de B. Fernández, a cuyo portfolio argentino este 2024 la bodega añadirá algún parcela única de la línea Fin. ¿Fin? Para nada. Es una continuación del principio, porque para quien  no conoce de límites nunca hay vino sin fin.

 

16 de noviembre de 2024. Todos los derechos reservados ©

 

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Vinos de extremos entre el principio y el Fin

 

Texto: Rosa María González Lamas. Foto: Viajes & Vinos (C)