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Postales del Douro:

La escenografía de Quinta do Crasto

 

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Completada la recepción y selección de uva, toda la tinta roriz, toda la touriga nacional y todas las variedades destinadas a la elaboración de vinos fortificados de Oporto pasan a cinco lagares enormes, donde primero únicamente hombres, y ahora también mujeres pisan las bayas para ir extrayendo el mosto. El propio cuerpo estimula la fermentación en un espacio de elaboración en el que no hay control de temperatura.

Tras los remontados, se aplica aguardiente vínico para detener la fermentación de los vinos de las viñas destinadas a vinos de Oporto, que luego se transfieren a Vila Nova de Gaia, para envejecer al arrullo atlántico.

 

Quinta do Crasto elabora también aceites de oliva.

La bodega y los vinos

Los destinados a vinos de mesa, tranquilos, permanecen allí en bodega, entre las murallas de viña de Quinta do Crasto, donde se elaboran fantásticos blancos, un novedoso rosado y una gama tinta de muy alto postín.

El secreto del Douro es el paisaje, el de sus viñas viejas y su cornucopia de variedades autóctonas de uva, una de las más ricas y diversas del planeta. Para cuidar de ellas, una bodega tradicional con depósitos de acero inoxidable en forma troncocónica, y una sala de barricas donde dominan las de roble francés y hay también americano, así como un sistema de “enrejado”, en cuyo uso Quinta do Crasto fue una pionera, permitiendo colocar hasta seis barricas en altura, sin problemas, al igual que girarlas para agitar sus lías en lugar de realizando el clásico bâtonnage. Todas las botellas llevan códigos que permiten la minuciosa trazabilidad del vino.

Lo que aporta verdadera magia a la Quinta es la vista de postal y una casa con varios siglos de antigüedad con algunas paredes de xisto, un entorno de encanto en lo alto, reflejado en los vinos.

 

Novedad entre éstos es su Crasto Rosé, elaborado por primera vez en la cosecha 2016 con 85% touriga naconal y 15% tinta roriz. De color rosa salmón, el vino sigue similar línea elegante y mineral del anterior, con muy delicadas notas a piedra mojada y una óptima acidez que hace que el frescor predomine sobre el volumen en boca. De la línea Crasto, la bodega elabora también un blanco con castas viosinho, gouveio (godello) y rabigato, todas vinificadas por separado, como es costumbre en la bodega.

La gama tinta es más amplia, pasando de lo joven a lo más especial, del espíritu de Cima Corgo donde ubica la bodega al Douro Superior, donde Quinta do Crasto adquirió una finca de 150 hectáreas, atraída por las similitudes climáticas del Douro Superior con Australia. De allí nacen tres vinos que se envasan en botella borgoñona, un tinto, un blanco elegantísimo, floral y mineral ensamblaje de viosinho y verdelho, siendo tal vez el más singular el Crasto Superior Syrah, que no se ampara en la DOC Douro porque lo protagoniza una uva no admitida en la denominación de origen: la syrah.

 

Es precisamente esta variedad y un pequeño aporte blanco de Viognier, lo que inspira un vino evocador de la Côte-Rôtie rodanesa. En su cosecha 2015, el Crasto Superior se destacó por sus tonos más tostados, matices a fruta oscura, como la frambuesa muy madura, aromas a sotobosque, recuerdos balsámicos y a regaliz, así como por sus taninos golosos y gran untuosidad en boca, con estructura, pero también finura. En Douro Superior la bodega elabora también un tinto de perfil más “auctóctono” y un blanco.

Ese perfil más “autóctono” se replica en los vinos que se elaboran en la casa madre en Cima Corgo, como el Crasto Tinto, un vino más joven y sin contacto con madera, suma de touriga nacional, tinta roriz, touriga franca y tinta barroca, Su cosecha 2015 fue de una tonalidad más translúcida, pero aromas a fruta roja y especias, con una boca golosa, buena estructura y taninos bastante dulces.

Contraste con éste, el Quinta do Crasto Reserva Vinhas Velhas, tinto con garbo, elaborado con unas 25 a 30 variedades diversas procedentes de viñas viejas de más de 70 años, y, en promedio, más de 85. El vino envejeció a lo largo de 18 meses en barricas con 85% roble francés y 15% roble americano. Su añada 2015 fue un dechado de aromas a arándanos, regaliz y café instantáneo, aunque el matiz sobresaliente fue su intenso recuerdo a canela. Un vino concebido para envejecer, cuya cosecha fundacional fue en 1994 y hoy se elabora todos los años.

Junto con estas etiquetas de vino de mesa, Quinta do Crasto elabora también monovarietales de tinta roriz y touriga nacional.

La línea fortificada de Quinta do Crasto pasa por un Colheita, un Vintage, un Ruby Reserva y un Late Bottled Vintage. En su Late Bottled Vintage 2013 abundan los aromas a guayaba, grosella, caramelo, tiza, mejorana y eucalipto. Sin ser un un vino denso y teniendo taninos pulidos, se le extraña una pizca adicional de acidez.

Las joyas líquidas de la casa son los vinos de parcela y cepas centenarias, como el Quinta do Crasto Vinha da Ponte, pisado a pie en lagares de piedra y con una larga crianza en roble francés. Solo se elabora en añadas excepcionales igual que el Quinta do Crasto Vinha María Teresa, un vino de parcela que se estrenó con la cosecha 1998. Precisamente las viñas centenarias que crecen onduladas en pendiente bajo la estructura de la bodega son la génesis de este vino super premium de muy larga guarda, que suma unas 49 diversas castas de uva, con una limitadísima producción de botellas.

En bodega sugieren que María Teresa aún vive, y que junto con Batoc es guardiana del tiempo, la viña y la casa. Si no fuera así, no se abrirían ni crujirían espontáneamente las puertas de la bodega al pronunciar su nombre en medio del férreo temporal, para luego aplacar su ferocidad pintando un arcoíris sobre la Quinta do Crasto.

 

22 de abril de 2018. Todos los derechos reservados © Más noticias de Vinos y Bebidas.

 

En la Quinta se conserva un marco pombalino de 1758, una de las 335 piedras de granito que entre 1758 y 1761 el Marqués de Pombal instruyó instalar en el Douro para delimitar la región demarcada.

 

 

Las viñas

Tras la Revolución de los Claveles en 1974 vino también la transformación de la viña duriense, que empezó a ver algunos métodos de conducción como la vinha ao alto, viña vertical, empleada en otros países productores europeos. Y hay mucha de ella en Quinta do Crasto, cuya protagónica casa centenaria y bodega construida sobre xisto tiene simultáneas vistas al río y a esa viña armada en diversas direcciones, para jugar con la exposición al sol, el suelo 95% xisto y 5% granito, y la topografía.

Es en el silencio de la tarde que se admira el horizonte verde que cubre el suelo de la viña y el jardín de flores que la adorna, con aromas que luego se reflejarán en el río. Entre el juego al escondite del sol y la picardía de la lluvia, se va imaginando a los vendimiadores de antaño y ahora recorrer las hileras con su cargamento de uva a cuestas. De los cestos mastodónticos de 80 kilogramos, hoy se ha pasado a envases mucho más pequeños con una cuarta parte de ese peso, para que la uva llegue en mejor condición a la bodega, en la misma finca.

 

Los vinos de la Quinta que se reparten en cuatro líneas: los Flor de Crasto, vinos con gran relación precio-calidad que se elaboran para algunos mercados internacionales; los Crasto, fundamento de la bodega; los Crasto Superior, elaborados en el Douro Superior, y los Quinta do Crasto, con que se designan los vinos más premium.

Así fueron construyéndose montañas de viñas imposibles como el río Douro como frontera, y algunas particularmente difíciles y casi con forma de ola a los pies de lo que en 1615 comenzaría a erigirse como un verdadero faro vinícola en la altura. Ésa es la fecha de la que se conocen los primeros registros que hablaban de la Quinta, que pronto pasaría a integrar el conjunto de quintas más grandes de la región. Así comenzó una narrativa que hoy se plasma en las botellas de los Quinta do Crasto, una de las más prestigiosas bodegas de vino de Portugal.

El sello importante lo estampó a inicios del siglo XX Constantino de Almeida, un productor de vinos de Oporto y brandy, al adquirir la Quinta. Tras su muerte en 1923, la gestión de la Quinta la asumió su hijo, dando al proyecto de elaborar vinos de Oporto de la mayor calidad una parte importante de la viña que tiene hoy. Y luego su nieta asumió la propiedad de la finca y hoy sus bisnietos son los que hacen el vino, una cuarta generación de una dinastía que cuida de ese proyecto amurallado por viñas.

Como un miembro de la familia, Batoc ejerce con ladridos su derecho propietario sobre el xisto. Mueve la cola, no se despega de las visitas y seguro que cada ladrido garantiza conocer algún secreto de esa atalaya de viña, vino y xisto que es Quinta do Crasto.

Crasto viene de castrum, las poblaciones certificadas de celtas y romanos que desde hace centurias comenzaron a esparcir su saber de uvas por toda la cuenca mediterránea. En el siglo I antes de Cristo, los romanos ya habían puesto un pie en el Douro y en el siglo I después comenzaron a producir vinos. Dicen que entonces solo lo producían blanco, quizás absortos en el dorado del río, y que no sería hasta la llegada de los árabes que las viñas comenzarían a exprimir tinta tinta para envasar.

Rosa Maria Gonzalez Lamas. Fotos: Viajes & Vinos (C)