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The Prisoner: vinos californianos sin grilletes

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: Viajes & Vinos (C)

 

Raro, crudo, negro o blanco. Puede sentirse o verse como prisión, con esa imagen arquetípica de presos uniformados a rayitas, pero fuera de las líneas horizontales que puede tener una etiqueta, los prisioneros de su contenido no querrán librarse de la condena líquida de esta singular prisión del vino. 

Dave Phinney también quedo aprisionado entre las rejas de The Prisoner. De aquí para allá, de Italia a California, este artista de transformar uva en vino que había laborado con algunas de las más prestigiosas bodegas de ese estado, decidió posar su vista en Napa para hallar allí un lugar sin fronteras de territorios o reglamentos que le permitiera sentenciar un nuevo estilo de vino, libre,  atrevido, irreverente, mezclado y maduro que pronto encandiló a sus audiencias enófilas, que también quedaron prendadas por el estilo único de los vinos de The Prisoner Wine Company.  

The Prisoner fue el primero de los vinos de su proyecto, un tinto que vio la luz hace unas dos décadas con un ensamblaje de las mejores y más inusuales variedades de uva en California, cambiando la percepción del concepto “ensamblaje” en este estado, más proclive a monovarietales o a los encuentros con variedades de corte bordelés. No solo eso, se trató de ensamblajes con uvas que algunos consideraban secundarias.

La ecuación fue más bien fruto del accidente, sin saber a ciencia cierta si a largo plazo podrían reproducirse las sumas de Cabernet Sauvignon, Zinfandel, Charbono (Bonarda), Petite Sirah y Syrah, que tan identitaria imagen dejaron al vino y que en la imperfección de algunas crearon un todo antagónico.  

Ese primer escalón que rompió cadenas llevó a Phinney a desentenderse de las reglas para subir otros peldaños de forma y contenido. Porque al contenido inusual de variedades dentro de las botellas se les unió el vestido de sus etiquetas imaginativas y provocadoras, que invitan a conocer lo que hay dentro, creando una identidad bien definida de lo que sería el resurgir de un culmen de ensamblajes tintos californianos, apellidados como de culto. 

Porque The Prisoner no sería el primer vino de ensamblaje californiano, pero sí el primero en romper reglas para convertirse en un vino de culto. Sin ceñirse a alguna apelación ni a sumas de uva autorizadas, mucho menos a los dictados de quienes le venden. Por eso, The Prisoner fue, no solo un vino, sino un fenómeno que juntó imagen con contenido para brindar algo excepcional. 

Esa excepción parte de un cuerpo del delito que se cultiva entre Napa, Sonoma y Mendocino a través de unas ocho zonas como Carneros, Dry Creek o Calistoga, en viñas con buenas altitudes, suelos volcánicos y minerales, con cepas viejas y algunas casi centenarias, cultivadas algunas con preceptos biodinámicos, un inventario que se surte de alrededor de un centenar de viticultores del norte de California. De ahí nace un conjunto de vinos en tinto y blanco que no se ata a regiones concretas y se delinea por un perfil de gran frescura, con buena acidez, estructura, equilibrio y elegancia, alejándose de los vinos musculosos y empalagosos que muchas veces se hallan en California.

Es lo que se desprendió de una excelente experiencia de armonías gastronómicas digna de la última cena de un sentenciado en el corredor de la muerte, pero que lejos de proclamar un final lo que realmente desencadena es el deseo de encarcelarse al espíritu de The Prisoner. 

Lejos de una cárcel tradicional, la prisión efímera fue la cava acristalada del restaurante Rare 125 en Miramar, un espacio íntimo que sienta a una docena de comensales o catadores en total privacidad para disfrutar de la nutrida oferta de botellas que ofrece el local. En ese acuario enófilo el chef Xavier Toro preparó un menú para acompasar cuchillo y tenedor con las copas de vino como una extensión de los ingredientes de la experiencia.

La primera referencia fue la de The Prisoner Chardonnay 2019, un vino blanco de Napa que ilumina la copa con su aroma cítrico, fresco, con excelente equilibrio, y un final amargo a fruto seco. Pero más allá de los aromas, lo que cautiva del vino es su frescura y equilibrio, con un pase por boca largo y persistente. Es un vino que gana en copa, con delicadas notas de su crianza en madera como los toffees, pero siempre manteniendo en el proscenio la fruta. El vino se esposó a la perfección con un plato de pescado con notas de cilantrillo, encadenado por la textura y sabor de un puré de batata que fue la brújula de esta receta. Y también con la receta del proyecto de crear vinos inusuales, pues aunque éste menciona en su etiqueta a la Chardonnay, la realidad es que a esta variedad también la sazonan Rousanne y Gewürtztraminer.

Unshackled Cabernet Sauvignon 2019 fue el segundo de los vinos, ejemplar de una muy buena añada que destacó en copa por su fruta, finura y frescura. Una frescura que se perfiló desde la nariz, donde también aparecieron tonos ahumados, especiados y tostados, además de a café en polvo, con sutileza y un penetrante y largo retrogusto en el paladar. Este vino es Cabernet Sauvignon, pero no solo esta variedad, pues en su ensamblaje hay también Malbec, Petite Sirah, que le aporta untuosidad y fruta, y Syrah, que brinda las notas especiadas y el toque ahumado. Un perfil que también encajó bien con un solomillo de cerdo a baja temperatura, con una textura tersa, y una glaseado con notas tanto dulces como picantes, y también un toque de frescor con algo de cilantrillo.

Una etiqueta retro presenta a Saldo, un delicioso Zinfandel (80%), acompañado por algo de Petit Sirah y Syrah. Un tinto de color algo más ligero, pero con mucha fruta de baya, aromas balsámicos, y tonos más grasos, untuosos y salinos en el paladar, donde entra sedoso pero refleja algo de tanicidad y termina con un largo posgusto, que se armonizó perfectamente con una minihamburgesa de cordero con crema de rábano picante. 

A pesar de haber tenido una simiente masculina, hoy es una fémina, Chrissy Wittman, la que está al timón de la enología de esta bodega, inconfundible por el diseño de sus etiquetas, que toman como inspiración un dibujo de la colección “Los desastres de la guerra” del gran pintor español Francisco de Goya, imágenes que ilustraban la desazón del pintor con la injusticia y brutalidad de la invasión napoleónica de inicios del siglo XIX.

 

Por ello The Prisoner Wine Company hoy también está comprometida con las cárceles y prisioneros en Estados Unidos, para lo que utiliza plataformas que fomenten mayor educación y oportunidades como trampolín de cambio e igualdad. También apoya a organizaciones que promueven justicia más igualtiaria, apoyo económico a presos, igual economía en trabajo y educación para prevenir conductas delictivas, y otros. 

Los vinos de The Prisoner Wine Company se consiguen al detal en El Hórreo de V. Suárez. 

 

16 de noviembre de 2022. Todos los derechos reservados.

  

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Sobresaliente el The Prisoner Red Blend 2019, una suma de Zinfandel, Cabernet Sauvignon, Petite Sirah y Syrah. Un tinto hermoso y muy redondo, por el que aparecieron tonos frutales y minerales, tonos torrefactos y ahumados e incluso cera, todo con sutileza tras la fruta. Un calderito fue el recipiente escogido para un plato de steak neoyorkino con papas y espárragos. 

Para terminar, unas costillas de cordero sobre risotto de setas maridaron al The Prisoner Cabernet Savignon 2019, un tinto donde su fruta dio paso también a notas torrefactas y con algún tufo de reducción. Este tinto, además de la Cabernet Sauvignon tiene Merlot, Malbec, Syrah, Petite Sirah y Charbono.

 

 

 

 

 

                               

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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