Del Mediterráneo
al Caribe:
una nueva ruta para el cava
Los indios taínos que poblaban la caribeña isla de Borikén a la llegada de Colón en 1493, preparaban mabí, o maví, una refrescante bebida fermentada hecha de la corteza del árbol del mismo nombre y que muchos consideran el champán puertorriqueño.
Los indígenas habitaban en las montañas del interior, pero también en lugares cercanos a la costa, como el poblado de Tibes en Ponce, al sur de la isla de Puerto Rico, o la sierra de Luquillo, al noreste, desde cuya majestuosa montaña de El Yunque, se divisaba parte de la Isla.
En las postrimerías de las laderas de esa montaña descansa, desde Piñones hasta Luquillo, una franja de campo verde, palmeras y cocotales, arenas almendra y playas azul turquesa, que bordea parte importante de la costa norte de la isla de Puerto Rico y en la que se concentran sabores, olores y colores que funden la herencia mestiza de esos taínos, de los negros esclavos que llegaron para reemplazarlos, y de los colonizadores españoles que eslabonaron los bagajes culturales de todos ellos, manifestados, sobre todo, a través de una cocina rica, expresiva del mestizaje cultural que utiliza la gastronomía como vehículo de expresión y que, luego de medio milenio de historia está más vivo que nunca en esa zona.
Ese periplo donde convergen costa y monte entre Atlántico y Caribe, se asemeja a otro más lejano, el del Mediterráneo catalán, plétorico de historia, frutos de mar y montaña, una amalgama de gentes diversas, exquisitos vinos y burbujeante cava.